naturaleza descontrolada
Recuerdo un extraño acontecimiento que sucedió en esa calle suburbana de Essex en que nací. Uno de los vecinos más ancianos se volvió un poco loco tras la muerte de su esposa. Echó las cortinas y le dio la espalda al mundo exterior. Al principio todos sentimos una inmensa compasión por el pobre hombre, hasta que nos dimos cuenta de que el mundo exterior incluía también su propio jardín. No cortaba la hierba, no igualaba los parterres, no podaba los árboles... El lugar se llenó de dientes de león, de hierba cana, de ortigas, de adelfillas, y Dios sabe de qué más. Semejante invitación a la entrada de esta abominable quinta columna conmocionó profundamente tanto a mi padre como a sus vecinos, y toda su compasión cambió de repente de objetivo y se centró en los vecinos más cercanos a este Quisling particular, que ahora se hallaban bajo la constante invasión del regimiento de paracaidistas que componían todas aquellas hierbas y todas aquellas semillas esparcidas por el viento. Pasé por delante de aquel horror de abandono y dejadez un día frío de invierno, y para mi sorpresa y profunda alegría vi una de las aves más hermosas y más raras de Inglaterra, un ampelis, comiendo tan tranquila en uno de los árboles que allí crecían, en medio de un enorme montón de bayas.
John Fowles en El árbol (1979), un ensayo sobre la Naturaleza traducido por Pilar Andón para Impedimenta, Madrid 2015.
Qué bonito es el ampelis. Tuvimos la oportunidad de ver a varios de ellos aquí,en Cantabria, hace dos o tres años. Se equivocaron de rumbo.
ResponderEliminarAbrazos norteños.
Hablan de ellos en Asturias. Ojalá no tenga que morir nadie querido para disfrutar de la Naturaleza en todo su esplendor. Abrazos de la meseta,
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