En el Museo Metropolitano de Arte, en la Quinta Avenida de Nueva York, uno se encuentra con este cuadro de grandes dimensiones de Jacques Louis David en que Antoine Laurent Lavoisier toma apuntes en su laboratorio de química, mientras su mujer, Marie Anne Paulze, se apoya en su hombro mirando al pintor. La tela roja, la colocación de los aparatos, el vestuario y los peinados nos denuncian la falsedad del teatrillo de la pose. En realidad los papeles están cambiados, era Madame Lavoisier la parte erudita de esta pareja de químicos. Ella era quien traducía del latín y el inglés los tratados de química, quien diseñaba los artilurgios y quien tomaba notas de los experimentos, como demuestran su propios dibujos.
Su primera formación la recibió en el convento donde la ingresó su padre, Jacques Paulze, abogado parlamentario y financiero cuyos ingresos provenían de su trabajo como recaudador en la Ferme Générale, cuando solo tenía tres años, a la muerte de su madre Claudine. Su formación teológica continuó durante toda su vida, creando una rica y nutrida biblioteca.
Su primera formación la recibió en el convento donde la ingresó su padre, Jacques Paulze, abogado parlamentario y financiero cuyos ingresos provenían de su trabajo como recaudador en la Ferme Générale, cuando solo tenía tres años, a la muerte de su madre Claudine. Su formación teológica continuó durante toda su vida, creando una rica y nutrida biblioteca.
Cuando tenía trece años, recibió una oferta de matrimonio del conde de Amerval, de cincuenta años, que su padre no podía negar, bajo la amenaza de ser expulsado de la Ferme Générale. Para frustrar indirectamente el matrimonio, Jacques Paulze hizo una oferta a uno de sus compañeros de la Ferme para que pidiese la mano de su hija en su lugar. Este compañero era Antoine Lavoisier, un noble y científico francés. Lavoisier aceptó la proposición, y él y Marie Anne se casaron en 1771. Lavoisier tenía veintiocho años.
Lavoisier fue nombrado administrador de la pólvora del Arsenal de París cuatro años después. Allí se trasladó el matrimonio y allí se acrecentó su interés por la química, hasta construir su propio laboratorio en la buhardilla de la casa. Anne Marie trabajó activamente en el laboratorio trabajando como un equipo de investigación. Ella traducía del inglés al francés los tratados de química haciendo anotaciones, ayudaba en el diseño de los aparatos y anotaba los resultados de las investigaciones con diagramas en sus cuadernos. Había recibido formación en dibujo y pintura de Jacques Louis David, el autor del cuadro de la entrada, llegando a dibujar con precisión los distintos aparatos y escenas del laboratorio, de gran ayuda a sus científicos contemporáneos para entender sus métodos y resultados.
Anne Marie tomando anotaciones de un experimento, según su propio dibujo. |
Por su posición en la Ferme Générale, que se dedicaba a la recaudación de impuestos para la monarquía, Lavoisier y su suegro fueron acusados de traidores por los revolucionarios. Los esfuerzos de Anne Marie por hacer ver el gran error que suponía acabar con una eminencia de la ciencia patria no pudieron evitar que la guillotina les cortase el cuello. Los científicos contemporáneos nada hicieron para evitarlo.
El nuevo gobierno confisca su dinero, su propiedad (devuelta al final) y el equipo del laboratorio. A pesar de ello, publica Memories de Chimie donde se recogen los principios de la química moderna, y que la convierten en una científica prominente. Tras cuatro años de noviazgo se casa con Benjamin Thompson (Conde Rumford), un notable físico de la época. Fue un breve y tormentoso matrimonio, entre otras cosas porque ella mantiene el apellido Lavoisier (y un retrato de su anterior marido en su habitación el resto de sus días). Murió con 78 años en París. Está enterrada en el cementerio de Pere-Lachaise.
Los Lavoisier pagaron una gran suma por este retrato de la pareja. David pretendió hacerlo público en el Salón de París de 1788. La Revolución y su voto a favor de la pena de muerte de Antoine Lavoisier hizo que no fuera expuesto en público hasta cien años después de ser pintado.
Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794) murió guillotinado durante la Revolución Francesa. Se cuenta que la verdadera razón para ser ejecutado fue el odio personal que le profesaba el líder revolucionario Jean-Paul Marat (1743-1793). Al parecer, el científico había refutado años atrás un nuevo tratado de química que, a su fundado parecer, era simplemente despreciable. El autor de tal tratado no era otro que el propio Marat. Tan pronto como el revolucionario fue tomando poder trató por todos los medios de difamar la figura de Lavoisier, objetivo que al final consiguió plenamente, logrando su ejecución, aunque, eso sí, no antes de que él mismo fuese asesinado. En la vista del juicio en que fue condenado Lavoisier se alegó que un sabio tan distinguido no podía ser guillotinado, a lo que el juez contestó taxativamente: «La República no necesita hombres de ciencia». Según Lagrange, «no les costó más que un momento cortar aquella cabeza, pero quizá se necesiten más de cien años para encontrar otra igual».
Antoine Laurent Lavoisier (1743-1794) murió guillotinado durante la Revolución Francesa. Se cuenta que la verdadera razón para ser ejecutado fue el odio personal que le profesaba el líder revolucionario Jean-Paul Marat (1743-1793). Al parecer, el científico había refutado años atrás un nuevo tratado de química que, a su fundado parecer, era simplemente despreciable. El autor de tal tratado no era otro que el propio Marat. Tan pronto como el revolucionario fue tomando poder trató por todos los medios de difamar la figura de Lavoisier, objetivo que al final consiguió plenamente, logrando su ejecución, aunque, eso sí, no antes de que él mismo fuese asesinado. En la vista del juicio en que fue condenado Lavoisier se alegó que un sabio tan distinguido no podía ser guillotinado, a lo que el juez contestó taxativamente: «La República no necesita hombres de ciencia». Según Lagrange, «no les costó más que un momento cortar aquella cabeza, pero quizá se necesiten más de cien años para encontrar otra igual».
Precisamente cien años después de su muerte, se erigió en París una estatua de Lavoisier, que realmente fue muy admirada. Sin embargo, un día alguien reparó en un pequeño detalle: la escultura no se parecía en nada al verdadero Lavoisier. Se interrogó al escultor, que acabó confesando la verdad: había aprovechado el duplicado de una cabeza del matemático y filósofo Nicolas de Caritat, marqués de Condorcet (1743-1794), curiosamente nacido y fallecido en las mismas fechas que Lavoisier, con la esperanza de que nadie lo advirtiese, o de que, si alguien lo hacía, no le importara. Acertó en esto último, pues dicha estatua fraudulenta permaneció cincuenta años más en el mismo lugar, hasta que las necesidades de metal de la Segunda Guerra Mundial hicieron que una mañana la retirasen para fundirla y reutilizar su materia prima.