Parecía que nos habíamos vuelto buenos y de alguna forma haber sido nombrados. Que se hubiera fijado en nosotros mientras limpiábamos el baño y nos hubiera pedido un paso al frente para besar al enemigo.
Pero las lágrimas son de chocolate.
Sus presos no han sido invitados y su hermana ya no salvará al mundo.
¿A qué entonces esta dulzura entre la niebla, entre el humo de los bares, entre el chillido de los niños?
¿A qué este placentero roce de la vida avanzando como un cuchillo?
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