

Mientras Beni e Isabel van de librerías, echamos una partida en los Treinta y Seis Billares. Ahora hay menos gente y hacemos menos el ridículo. Alfonso adelanta diez puntos el marcador para pasar desapercibidos. La mesa recién limpia, nos dan la tiza y nos ponen un mesita con una de a litro y unos manises. ¡Un placer perdido en Madrid! Jugar tranquilamente al billar con una cerveza. Ahora todo se consume rápidamente. Perdemos todo lo que de tranquilo podía tener la ciudad.
Quedamos en el Tortoni, un famoso café ya convertido en visita turística. A esta hora no hay mucha gente y se está bien, demasiado movimiento. Vamos a Defensa a comer a un sitio popular. Nos pasamos antes por la Farmacia de la Estrella, farmacia de estantes de madera donde nos pesamos en su antigua báscula. A Isabel alguien le pisa la plataforma para que pese más, debe ser
una vieja broma. Veo que he adelgazado unos ocho kilos desde que salí y eso
que en Argentina he vuelto a engordar.
Comemos más carne y nos vamos a ver el partido al barrio. Las chicas se van a Florida y manosean libros mientras el Real Madrid ya ha metido un chicharrito. El segundo tiempo es un desastre, Kaká juega mal, y ellos empatan. Nos tomamos unos cubatas y yo me empiezo a entristecer. Alfonso piensa que es por la derrota pero es porque esto se ha convertido en un domingo por la tarde y me tengo que ir al internado. Soy un niño triste, se me puso eso de la barriga y ya tengo ganas de salir y meterme en el matadero. Pillamos un taxi al aeropuerto. Aunque las gestiones son sencillas y no hay colas, yo lo veo todo
feo, todo impuesto por algún comerciante sin gusto.
El avión no es muy grande, pero tiene los asientos pequeños y repretados. Al lado me toca un señor que tiene una parálisis en un brazo y todo el mundo lo traquetea sin piedad: le tiran el café encima y las azafatas no le hacen ni caso. No tiene sensibilidad en un brazo y se pasa el viaje pegándome codazos e
invadiendo mi sillón sin darse cuenta. Creo que sufro más por él, pero sufra por él o por mí, no pego ojo y el viaje se me hace pesado. Cuando aterrizamos tocan las palmas como si fuera un espectáculo (no he visto que aplaudan a los fontaneros cuando cortan la gotera, ni a un carpintero cuando acaba
una silla). Hace un frío del copón. Ya estoy aquí con vosotros, así que seguid vosotros con la historia.
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