martes, 19 de marzo de 2013

último día


Uno entiende los cafés por su afición a la charla. No son tan cagaprisas como nosotros, les gusta darse la brasa horas y horas, oírse los unos a los otros y, sobre todo, así mismos. Pero sin importancia, sin pasión, sin jugarse la vida.

Hoy vamos al edificio Barolo, a intentar verlo por dentro. Es un edificio basado en la lectura de La Divina Comedia. El conserje parece desconocer lo de las visitas guiadas, pero enseguida organiza una cuando aceptamos el precio. Llama a un peruano que lleva el mantenimiento y nos monta en el ascensor (no los han cambiado desde su construcción) hasta el piso 14. Pasillos blancos con puertas de cristal. Lámparas chulas. Montamos en otro ascensor hasta el 18, ahora es más pequeño y circular, de una chapa esmaltada rojiza. Y luego escaleras de caracol cada vez más estrechas hasta una habitación circular con balcones semicirculares. Estamos en lo alto de la torre. Las vistas son espectaculares: la desembocadura del río de la Plata, los rascapisos de Puerto Madero, el pasaje que visitamos ayer con sus cuatro torres, aquí el Congreso y su verde plaza, todos sus edificios famosos… Alfonso disfruta como un enano, Isabel no puede salir con su vértigo. En el suelo hay viejas máquinas de escribir, alguna calculadora y lámparas extrañas del año de la polca. Subimos un poco más, agachando las cabezas, y estamos ¡en el faro!. Una habitación de cristal con un foco circular. Da un poco de yuyu estar a esa altura como en el aire, Isabel ni aparece. Ahora bajamos hasta el 14 por las escaleras rodeando el ascensor y en él hasta el tercero. Allí nos explica el mecánico que si arriba estaba el cielo, esto es el purgatorio y el infierno con sus terribles monstruos. También por donde iban los ascensores particulares y secretos del
señor Barolo. Es una completa locura. Salimos por el pasaje observados por dragones, serpientes y pajarracos con lámparas colgantes sujetas de la boca.

Mientras Beni e Isabel van de librerías, echamos una partida en los Treinta y Seis Billares. Ahora hay menos gente y hacemos menos el ridículo. Alfonso adelanta diez puntos el marcador para pasar desapercibidos. La mesa recién limpia, nos dan la tiza y nos ponen un mesita con una de a litro y unos manises. ¡Un placer perdido en Madrid! Jugar tranquilamente al billar con una cerveza. Ahora todo se consume rápidamente. Perdemos todo lo que de tranquilo podía tener la ciudad.



Quedamos en el Tortoni, un famoso café ya convertido en visita turística. A esta hora no hay mucha gente y se está bien, demasiado movimiento. Vamos a Defensa a comer a un sitio popular. Nos pasamos antes por la Farmacia de la Estrella, farmacia de estantes de madera donde nos pesamos en su antigua báscula. A Isabel alguien le pisa la plataforma para que pese más, debe ser
una vieja broma. Veo que he adelgazado unos ocho kilos desde que salí y eso
que en Argentina he vuelto a engordar.

Comemos más carne y nos vamos a ver el partido al barrio. Las chicas se van a Florida y manosean libros mientras el Real Madrid ya ha metido un chicharrito. El segundo tiempo es un desastre, Kaká juega mal, y ellos empatan. Nos tomamos unos cubatas y yo me empiezo a entristecer. Alfonso piensa que es por la derrota pero es porque esto se ha convertido en un domingo por la tarde y me tengo que ir al internado. Soy un niño triste, se me puso eso de la barriga y ya tengo ganas de salir y meterme en el matadero. Pillamos un taxi al aeropuerto. Aunque las gestiones son sencillas y no hay colas, yo lo veo todo
feo, todo impuesto por algún comerciante sin gusto.

El avión no es muy grande, pero tiene los asientos pequeños y repretados. Al lado me toca un señor que tiene una parálisis en un brazo y todo el mundo lo traquetea sin piedad: le tiran el café encima y las azafatas no le hacen ni caso. No tiene sensibilidad en un brazo y se pasa el viaje pegándome codazos e
invadiendo mi sillón sin darse cuenta. Creo que sufro más por él, pero sufra por él o por mí, no pego ojo y el viaje se me hace pesado. Cuando aterrizamos tocan las palmas como si fuera un espectáculo (no he visto que aplaudan a los fontaneros cuando cortan la gotera, ni a un carpintero cuando acaba
una silla). Hace un frío del copón. Ya estoy aquí con vosotros, así que seguid vosotros con la historia.

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