sábado, 2 de marzo de 2013
de formosa a asunción
Finalmente ayer cenamos en el puerto, a la fresca, viendo como los sapos se cenaban a los mosquitos pero no se atrevían con los grillos, que se quedaban inmóviles, bajo una potente sinfonía de sonidos animales.
Despertamos cuando el sol ya pica. La habitación es un cocedero de mancheguitos y me salgo al patio. El suelo es de mosaico rojo exactamente igual al de la huerta. Hay algunas plantas grasas que no he visto en mi vida. Un bus para la terminal. Allí esperamos en una terraza bebiendo coca cola. Niños pidiendo y vendiendo ajos, pastas. Perros sin dueño por todas partes, tumbados a la sombra, entre la gente.
Bus semicama y aire acondicionado, cómodo. En la ventana palmerales y selva comida a trozos, extensiones quemadas al bosque para pasto o cultivo, lamentables palmeras secas con los troncos negros. Trozos conseguidos sin un solo árbol. Paso fronterizo San Ignacio de Loyola. Caramelos, chupetines, mentaflú, dulce de maní. Todos abajo. Cola argentina, cola paraguaya. Cambio sesenta dólares a 4.500 guaraníes el dólar. Con una moneda de tan poco valor no hay quien calcule el gasto, todo cuesta muchos ceros. Indias vendiendo artesanía, la nariz ancha y aplastada, menos pómulos, la cabeza más redonda, el pelo suelto y negro, los ojos grandes.
El río Paraguay, grande. Subimos una cuesta para coger el puente. Kilómetros de arrabales. Melón pelón, Oasis Melisa, rayos x, hablá inglés, viví tus sueños, parabrisas La Moderna, Centro Cristiano,
baldosería. La Terminal, follón, cuidado. El taxi pide 35.000, mientras tranquilo se echa su mate. Muy caro le digo mientras veo los colectivos. Ferretería El Gordo, extintores Bomberito. Calles con
chalets caros, con piscinas y 4x4 en el porche, todos con jardín. Por fin la Estación Central de Ferrocarril, Eloy Ayala 609, Hotel Plaza.
Santa María de la Asunción nació como fuerte en 1537, levantado por Juan de Salazar en una bahía con aborígenes amigos, en su búsqueda de Juan de Ayolas. Es una ciudad muy extensa y con mucho verde, como si hubieran colocado las casas entre los árboles de la selva. En ella vive el 30% de la población paraguaya. Desde el puente podemos haber recorrido unos quince kilómetros. Resulta difícil entender una capital así. Sólo el llamado microcentro, donde estamos, tiene el aspecto de una ciudad normal, y aún así tiene muchas zonas verdes que despistan nuestra mente cuadriculada. El hotel es antiguo, bonito y rancio. El ascensor es de madera, los suelos de mosaico, cemento hidráulico en damero, las puertas de madera oscura. Cada piso tiene una salita común con una pared de piedra, chimenea y muebles de los cincuenta. Parece cogido de uno de aquellos libros que rondaban por casa para hacerse uno su propio chalet. Parece que un estupendo estilista ¡la hubiera recreado cuarenta y siete años después!
Salgo a inspeccionar mientras Beni descansa. La plaza llena de gente tirada. La Estación Central de Ferrocarril está abandonada, algunos chavales han metido el coche y charlan subidos a un antiguo vagón de madera. Abajo está el río, la Bahía de Asunción, subo en dirección contraria. Basura, casas destrozadas, sin gente, algún quiosco ambulante. Todo dejado de la mano de Dios y del Estado. Pregunto por la Catedral Metropolitana. Cinco y cinco cuadras. La Plaza de los Héroes, la calle principal, cafetines, terrazas, el bar Lido. Me siento en la terraza del Lido y dibujo el Panteón y los edificios anexos. Me bebo una Brahma bien fría (aquí la ponen dentro de un cubo con hielo) y un pastel de carne caliente con huevo cocido muy rico. Se acerca Daniela, un chica de unos ocho años, vendedora de chicles. Inocente me explica lo que he dibujado: Estos carros son aquellos ¿viste? Y aquellos árboles, estos. Al lado un poli toma nota o denuncia a un chavalín que vende mate en un gran termo. Se me hace tarde, voy a por Beni.
Vemos la catedral, normalita, colonial, encalada, fresca. Cenamos vienesa (la carne y las papas mucho peor que en Argentina) y una ensalada de palmitos con tomate. Al salir otra vez la ola de calor (35º de noche y con brisa del río, es espantoso). Paseamos por las calle principal viendo edificios bonitos modernistas, pero sobre todo afrancesados. Al volver a nuestra plaza, la Plaza Uruguaya, los soportales de la Estación están plagados de jovencitos y chavalillas con camisetas negra, aros en las orejas y la nariz.
Vamos al café literario. Se llama así porque hay libros que puedes leer mientras bebes un zumo de limón por 10.000 guaraníes.
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