
A pesar de acostarnos tarde, me levanto a mi hora como un reloj. Ducha, desayuno y paseo mientras Beni duerme como un lirón.
Voy al Parque Lezama a pasar la mañana. Casa de Esteban Luca, solar de French, taller del pintor Carlos Pallarols, pasaje de la Defensa, Museo de Arte Moderno (de obras, como todo), Fundación San Telmo, El británico y enfrente el Hipopótamo (con la escultura de un hipopótamo blanco) y el Parque. Se está muy a gusto, mientras un grupo de argentinos haciendo aerobic con reguetón y otro hace taichí. A las diez es el oficio en la iglesia ortodoxa rusa. Me meto y me apalanco discretamente atrás mientras dibujo al curón con sotana y barba sin bigote arrastrarse por el suelo en señal de reverencia y las jóvenes con velo responder cantando al soniquete de la voz misteriosa del otro lado.

Los llevo al Pasaje de San Lorenzo. Otra vez lo mismo: Viejo Almacén, Casa Mínima y el Zanjón de Granados. De aquí derechicos a la siesta, que a las 6 juega el Ral Madrí. Pregunto al portero donde podría verlo. Lo he despertado de la siesta, no está pa ruidos.

A la hora de la cena vamos a la Asociación Japonesa, en la calle Independencia 732, que tiene una clientela auténticamente japonesa y televisión japonesa por satélite. Es el comedor Nikkai, que recomiendan las críticas que Isabel consiguió por internet. Por los altoparlantes oímos a una niña japonesa con un chorro de voz apabullante. La sopa con tempura de verduras, el maki, el sushi y el sasimi están exquisitos, si bien aquí no hay atún, el salmón está especialmente rico así como el lenguado. Disfrutamos como enanos, especialmente después de tanta carne, a un precio razonable.
Bajamos por Chacabuco y visitamos el Teatro Margarita Xirgú, que es un centro catalá. Una sala pequeña semicircular con palcos muy bonita y recogida, una bombonera, y una cafetería agradable. En una chimenea, un San Jordi de bronce, que imita a los dioses griegos, acaba con el dragón sin apenas despeinarse.

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