Cuando salimos del hotel vemos unos barriles de cerveza cruzar de acera a acera entre los coches que circulan. Atraviesan la calle con una precisión superior a la de un peatón, justo en ese espacio entre coche y coche. Debe ser así de siempre como se descargan los camiones en Buenos Aires.
Cogemos el 126 a Retiro. La terminal está muy bien organizada, como un aeropuerto. Nivel 1: taxis y salidas, nivel dos: setenta plataformas para los buses de arribo y salida, y centro comercial. Nivel tres: oficinas de las compañías. Cada bloque de plataformas tiene una sala de espera con aire acondicionado y televisiones que funcionan con monedas. Una maravilla.
Autobús nuevo semicamas. En el camino me leo Sherlock Time de Breccia y Oesterheld (de 1951!, ya me hubiera gustado leer esto de niño y no el Pumby y la mierda de Wincherter Jim), aburrido con la planicie verde llena de vacas. Se arruina el aire acondicionado y nos bajamos a la otra planta, en la que se pueden abrir las ventanas.
Llegamos sin aire y con dos horas de retraso. Caminamos hacia el centro a la espera de encontrar una habitación. Llamamos a la primera casa anunciada. Noventa pesos por un apartamento con cama matrimonial, baño privado y cocina. Además tiene un pequeño patio con barbacoa y una pileta para lavar la ropa. Aquí mismo, más de lo que imaginábamos.
Dejamos los macutos y seguimos al centro. Casitas bajas y calles de arena y aceras de hierba y luego el asfalto. En una carnicería compramos dos chuletones de ternera roja por un euro. Luego el centro como los pueblos con playa: tiendas de ropa en oferta, de tonterías varias, cafeterías, cervecerías con terrazas y restaurantes. Detrás de una línea de arbustos hay una larga playa muy plana con un extraño paseo marítimo hecho de madera como si las subidas del agua fueran considerables. El agua no es transparente, es más bien marrón como el agua de un río movido. Hay mucha gente jugando en la playa y otra mucha bañándose aunque no hace tiempo para ello, ya que hace viento fresco.
Me compro un bañador de oferta (no sé en qué parte del viaje abandoné el que tenía) y nos sentamos en una terraza. Se está bien, nos gusta este ambientillo de playa tomándonos una cerveza y un jugo de plátano con leche, que está muy rico, viendo jugar al Boca de Riquelme.
Cuando empieza a anochecer volvemos a casa. En el súper compramos pan, tomates, pasta, sal, aceite… bueno, cosas para hacer cena. Y ya en casa, hago espaguetti y los chuletones, y una ensalada. Cenamos del copón aunque no sea un restaurante caro. La carne es cojonuda, a esto en Madrid le llaman buey. Nos sacamos las sillas al patio y tomamos el fresco bajo el eucalipto y el níspero mientras nos fumamos unos cigarrillos. Luego saco el cacharro y escribo con la cabeza un poco aturdida de tanta cerveza, que ya voy recuperando la barriguilla perdida. Y es que el turismo es un oficio con muchos riesgos.
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