martes, 5 de febrero de 2013

a la capi


El Titicaca, que el dios Kom-Titi usó de espejo para quitarse una arenilla del ojo, es el lago navegable más alto del mundo, a 3.800 metros de altura. Con que uno suba a un cerro, ya está a 4.000, y eso se nota. Estamos teniendo problemas respiratorios. Cuando la nariz se nos atasca un poco, nos ahogamos. Yo notaba algún mareo al subir la jodida escalera de 290 escalones. Por la noche resulta difícil coger el sueño porque de golpe te falta el oxígeno y te despiertas en ese momento de tránsito.

Lo agraba el uso de insecticidas. Mi teoría es que las multinacionales venden basura en estos países tan poco exigentes (o con cazo tan ancho). El insecticida de Bayern Baygón Casa y Jardín huele a petróleo y nos ha intoxicado. Produce tos y dolores de garganta. Los inhaladores son demasiado fuertes, los champús de marcas conocidas irritan mucho los ojos y el tabaco americano sabe a dinamita.

El mejor producto encontrado para respirar bien es la menta, una pequeña planta que se encuentra en el campo, por todas partes. Siempre llevamos en una bolsita. Si te frotas las manos y respiras con ellas en la nariz, te produce un efecto balsámico desatascador. Aquí es fuerte y, con muy pocas hojas y agua hirbiendo, consigues una infusión rica cuyo vapor es vaho medicinal.



Mientras esperamos el bus para La Paz, bajamos al puerto y tocamos el agua del lago. Nos sentamos en el muelle y disfrutamos del sol y las vistas. Hasta otra vez. También nos despedimos de César y los demás chilenos de Industria Masticable. Intercambiamos correos para seguir en contacto. El viaje es agradable, viendo el lago y montañas aledañas. Los árboles más comunes son el eucalipto y una especie de ciprés pequeño, que llaman pino. Entramos en una larga penísula, vemos el lago a ambos lados. Aquí está el paso más corto a la otra orilla. Montan el bus en una balsa y nosotros nos quedamos en tierra. Dibujo a la gente. Al rato nos enteramos que hay que coger un barquito. Cuando llegamos al otro lado, el autobús ya está en marcha. Echo una carrera y me pongo delante como aquel chaval en la Plaza de Tiananmen. Si se va, nos quedamos sin mochilas.

Una hora recorriendo el extrarradio de La Paz. Entramos por El Alto, una inmensa ciudad donde está el aeropuerto, donde más indígenas viven y la zona más pobre. La Paz es como una cacerola o un bacín. La parte donde se apoyan las nalgas está a 4.200 y el fondo a 3.600. Los ricos viven abajo, donde hay más oxígeno. Desde allí lo que se ve al fondo de las calles y avenidas, o encima de los edificios es una pared impresionante de casas de ladrillo, unas encima de otras.

Nos hospedamos en el Hotel La Joya, muy cómodo y agradable. Los muebles y puertas son como de los cincuenta, sólo que se construyó en el noventa. Atmósfera rancia pues, sin deterioro. Wifi. 17 dólares diarios, 120 bolivianos. Bajamos al centro. Calles abarrotadas. Aceras llenas de puestos donde se vende de todo. La gente por la calzada, donde combis, buses y taxis se atascan. Los buses son Dodge con morro pintados a rallas. Llegamos a San Francisco, en el culo del orinal. La piedra puede sobre los dorados de los retablos barrocos, y consigue serenidad. Vestidos chillones de tela en santos y vírgenes. San Mateo lleva un pelucón rizado y un traje ridículo, parece humillar al toro. la Virgen del Carmen lleva una banda con la bandera de Bolivia.

El Prado es un bulevar arbolado. Nos llega el tufillo de unos chuletones a la brasa, lo seguimos y pedimos dos. Sin problemas no tan pasado gente agradable sin malas caras trae nueva. Paseamos por El Prado más tranquilos que en Madrid. Miramos cafés y carteleras de cines. Bicicletería, Evo de nuevo y el dibujo de un elefante sobre unas ballestas en una tienda de amortiguadores. Casas antiguas entre rascapisos. Nos hacemos fácil. Subiendo al hotel recogen los puestos, dejando la estructura. Otros se pliegan en la pared. Y otros los cargan a las espaldas y sus dueños suben inclinados esta impresionante cuesta.

 

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