lunes, 4 de febrero de 2013

copacabana y la isla del sol



Campanas desafinadas y desayuno continental. Visita no guiada. Bajamos a la Iglesia de la Virgen de la Candelaria. En las rejas, dos loros verdes bajan y suben los barrotes diciendo hola lorito. Vamos una pequeña sala que pone sala de velas, prohibido tirar mixtura. Son los petardos. El interior es lóbrego, como una cueva sin luz exterior. Las paredes negras tienen brillos de cera. Al fondo, dos piletas de piedra con muchas velas. Fieles poniéndolas y rezando. Alguien hace figuras de cera en la pared, blanco sobre el negro del humo, como si fuera plastilina, formando casas, niñas, parejas, coches... son los pedidos que se hacen a la Virgen.

Salimos impactados. En la calle, todo está lleno de carros (autos) y combis decorados con flores y miniaturas de casas, muñequitos, tiendas de abarrotes... hay un olor fortísimo a cerveza. Pensamos que es de la juerga de ayer, pero alguien abre una Paceña y la agita como Fernando Alonso y va haciendo una línea a presión alrededor el auto. Una señora de bombín, que aquí llaman cholitas, lleva una cesta de metal con ascuas y una campanilla. Espanta el humo cantando. Un hombre mayor abraza a otro y dice: Maese Mateo que sea en buena hora. Luego llega el cura y echa agua bendita a toda la familia, empapándolos, y luego a la combi y al todo terreno. Nosotros ya estamos viendo lo que venden en los puestos, que son todas esas miniaturas (euros falsos, muñecos, casas, camiones de latón, tiendas de juguete, mixturas y otros exvotos) que ponen para pedir. Veo una chapitas de metal con figuras grabadas de manos, piernas, parejas, biblias, casas... con un lazo verde. Como los exvotos que los íberos lanzaban a las grutas para la Madre Tierra, aquí también le piden a Ella.




Hace un día extraordinario, salimos al campo. Subimos un cerro de grandes piedras. Allí arriba se está en la gloria, tomando el sol y mirando el espectáculo de Copacabana, las montañas que la rodean, el lago y esas nubes tan hermosas que crecen verticalmente sobre un azul bastante fuerte. ¡Se está tan bien sin hacer nada! esta tranquilidad, la luz, el clima, la gente. Cuando volvemos nos cruzamos una procesión de hombres y mujeres bien arreglados que bailan haciendo giros al ritmo de una música de quena y tambor y, de vez en cuando, una carraca plateada con forma de coche. Suponemos que esto es un rito ancestral mejorado y se basa en que su Dios es mucho más campechano y menos severo que el nuestro. De hecho, creó el mundo mientras estaba almorzando: se vertió la leche y se hizo la Vía Láctea y, como era divertido, empezó a tirar alimentos para crear las cosas que conocemos.


Tan llenos de mitología y espiritualidad, nos pillamos un barco a la Isla del Sol, que es donde, se dice, está la momia del primer aymara, Manco, su Adán, que vivió más de mil años y pudo enseñar a cuatro generaciones. Desde el barco se ve la magnitud de este lago sagrado. Una pequeña isla con un árbol. Llegada a puerto. Recorrido andando. Subimos la escalera del jodido Inca, de 290 escalones de piedra. Nos cruzamos con mujeres con el gorrito y el ato, burros, llamas, hombres cargados con las maletas de los turistas, niños jugando, vendedoras de piedras y fósiles. Tengo movida con el guía, pues su teoría es que es necesario ir con un guía para no perderse (o sea, pagarle 50 bolivianos). Mi teoría es que es imposible perderse en una isla tan pequeña ( ¡y con brújula!) y lugareños que hablan español. Total: que vamos solos, tranquilos , sin pesados, disfrutando de las vistas (la Isla de la Luna, donde yace su Eva y el lago), atravesando terrazas y ruinas incas; pero sobre todo con paradas para dibujar.


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