Me levanto a las cinco y media y me ducho con la luz apagada para no despertar a la gente. La ducha tiene una ventana plagada de estrellas. Aunque no hay luna, las estrellas dan suficiente luz para ver.
Desayunamos y a las ocho salimos otra vez con el 4x4.
Lo bueno de ir con franceses es que el chófer y yo estamos todo el tiempo de cháchara, ya que no habla francés. Yo le pregunto todas las cosas: nombres de montañas, de desiertos, de lagos, de plantas, de animales, significados de palabras en quechua, cultivos, músicas que pone en el sidí.
Hoy ha sido una experiencia totalmente recomendable porque hemos visto una colección de paisajes y formaciones geológicas impresionantes, y algunos animalillos: rocas volcánicas rojas con formas extravagantes debido a la erosión, lagos de todos los colores, el desierto de Silolí con trozos de arena naranja y otros de piedras, algún volcán activo con las vertientes amarillas del azufre (el Ollagüe), rebaños de llamas pastando (las llamas, domésticas como las alpacas, no necesitan del cuidado de un pastor, sólo acude en la noche y las recoge; Sandro alucina cuando le cuento que nosotros adiestramos
perros para cuidar de las ovejas, corderos y cabras), y vicuñas comiendo una planta casi imperceptible en el desierto (las vicuñas son salvajes, no son lanudas, su aspecto es más parecido a los rebecos, pero si les miras la cara ves que es un camélido con esos ojitos de buena persona un poco pasada de rosca y son capaces de estar cuatro días sin beber), y flamencos rosas diferentes comiendo en las lagunas.
perros para cuidar de las ovejas, corderos y cabras), y vicuñas comiendo una planta casi imperceptible en el desierto (las vicuñas son salvajes, no son lanudas, su aspecto es más parecido a los rebecos, pero si les miras la cara ves que es un camélido con esos ojitos de buena persona un poco pasada de rosca y son capaces de estar cuatro días sin beber), y flamencos rosas diferentes comiendo en las lagunas.
Hemos visto lagunas blancas (los salares), rojas y blancas ( como la laguna Colorada, cuyo color se debe a los microorganismos que comen los flamencos y que hace franjas y dibujos con el blanco del bórax), con tonos amarillento-verdosos del azufre (como la laguna Hedionda) y de colores muy oscuros provocados por los reflejos de las montañas. Hemos visto también paisajes de todos los colores por la propia tierra o roca (azul en la lejanía, morada, naranja, ocre, marrón, rojo fuerte, blanca, gris…), o la paja que en las lagunas se pone verde eléctrica y en el desierto amarilla y naranja. Hemos visto extrañas formas que la erosión del fuerte viento del desierto ha hecho con las rocas (como el llamado árbol de piedra). Y hemos subido de los 3.600 metros a los 4.700 cambiando el decorado como en el segundo tiempo de los partidos, y luego hemos vuelto a bajar a la laguna colorada, en cuya orilla hemos parado a descansar y dormir.
Y aquí estamos a 4.300 metros de altura sufriendo sus efectos. Nos acostamos a las nueve para levantarnos a las cuatro y media y salir pitando; pero hoy toca dormir en un dormitorio de seis y a una
francesa no para de sonarle una alarma cada cinco minutos y me tiene frito. La despierto y la apaga, pero yo ya no me duermo con ese abismo que me provoca la altura, una especie de desconexión psicológica que te deja tirado como un astronauta, sin poder traspasar la puerta de la vigilia al sueño.
Me pongo a escribir a las dos de la mañana, fresquita ya que ahí fuera hace un viento del copón, frente a un ventanal que parece un papel pintado con estrellas una miaja gordas de más, tanto que, aunque no hay luna, me muevo sin necesidad de linterna.
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