lunes, 23 de abril de 2012

relatos del panchota y el hombre que tenía 115 años

Es Migjorn Grau es un pueblo grande sin apenas pasado, dos o tres casas. San Cristóbal, bonita por simple, encalada con los bordes amarillos. Bebemos en el Bar Peri, fundado en el 48, con suelo de cemento pulido amarillo y puertas correderas en la fachada para que corra el aire en verano. Dibujo la que llaman la mesa de los jubilados. Entra una guiri de largas piernas blancas. Siento que se fueran los abuelos y no ver sus caras ante esta rubia impresionante de dos metros.
El camarero, muy simpático, nos explica las fotos colgadas: los caballos dentro del bar en la fiesta de San Cristóbal, y su tío Joan Riberet, que fue el hombre más viejo del mundo y murió a los 115 años, hace dos. Su padre murió el año pasado con 105 años. Aznar vino a visitar a aquel hombre longevo. Me regala una foto de la fachada de la casa en 1911, cuando era el local de la banda de música, chula.

Joan nos cuenta la historia de la cueva, ahora destruida. Su padre encontró dos caballos atados, que no paraban de relinchar, atados a unos cien metros de la puerta. Pensó que sus dueños se habrían perdido en la cueva y pasó con una antorcha. Insiste en los grandes cambios que ha habido desde su infancia. Nos lleva a casa de su hija María y sus nietas, que no entretenemos pues tienen que estudiar. Nos enseñan su casa de diseny. Aunque la vemos excesiva, les decimos que nos encanta.
Joan queda con sus amigos para ver si el domingo podemos visitar la Isla del Rey. Lo invitamos a cenar. No te pongas ahora a guarrear en la cocina, le digo. Quedamos el jueves en Ferreries, pues él tiene interés en ir a la isla y a La Mola.
El increíble Panchota tiene una agilidad física y mental impresionante para sus 80 años. Camina frecuentemente por el campo, pero antes siempre recoge un palo escondido. Muestra cierta preferencia por su hija Juanita, porque ayudó al médico en el parto en que ella nació. Todos los hombres deben ver lo que su mujer sufre en el parto.

Una mujer se perdió en el bosque del barranco y empezó a gritar para pedir socorro. Como el viento bajaba, ya de noche oí unas voces lejanas (entonces oía bien). Cogí la linterna y caminé hacia esas voces hasta de dí con ella. Pienso que debe haber muerto, pues hace años que no recibo su felicitación de Navidad que siempre me mandaba agradeciéndome "lo del bosque".

Otra señora, de ochenta años, se escurrió en una subida y quedó tumbada entre la leña.
-¿Te has hecho daño? Le pregunté.
-No, no tengo ningún daño.
-¿Te puedes levantar?
-No, no puedo.
Hubo que sacarla entre toda la gente que había en Binigaus. Yo solo no hubiera podido.

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