domingo, 22 de enero de 2012

paseando por ayacucho







Me depiertan las campanas del Convento de Santa Clara. Hace un día soleado, magnífico, de manga corta. Dejo a Beni dormir un rato mientras dibujo desde nuestra terraza lo que veo de la ciudad. Es una ciudad rodeada de altas montañas donde aún se agarran las nubes de la mañana.
Ya se oye el ajetreo del mercado, que está abajo, frente a Santa Clara, los mototaxis azulverdosos, el color favorito de Elvira, y los combis. Desayunamos en el patio de una antigua mansión colonial, ahora llena de cafés, y nos dedicamos a callejear por esta bonita ciudad llena de casonas con espectaculares patios e iglesias barrocas con toques andinos en sus adornos de flora y fauna.

La Plaza de Armas tiene un enorme prado con flamboyanes con flores rojas a tope, rodeada de soportales arcados excepto en la cara de la Catedral. Algunos soportales tienen abierta la parte de arriba, del primer piso, muy al estilo de las plazas manchegas. Bajo esos soportales, las mujeres más elegantes del mundo giran una cacerola sobre hielo picado para hacer el muyu muyu, un helado de leche, ajonjolí, maní y azúcar que se condensa por agitación (puede verse en un dibujo: señora de gorro alto blanco con banda negra, toca verde de satén con bordados a tono, camisa de gasa transparente con bordados blancos, y falda plisada verde).


 Entramos a varias casonas, hoy públicas, a ver sus patios y vemos algunas iglesias abiertas. La de la Compañía de Jesús, Santa Clara, Santo Domingo, La Merced, San Francisco de Asís... en casi todas hay unos curritos sujetando adornos de las torres con cuerdas para que no caigan. Me gusta el elefante de la fachada frente a la Compañía y un niño nos cuenta en la Plaza de María Parado de Bellido (heroína local de la Independencia), que ayer le robaron la corona a la Virgen del Pilar.
Por allí cerca, comemos bastante bien. Beni una sopa de quinua con mariscos y pescado frito, y yo un ceviche con almejas, chipirones, pulpo, pescado, algas, cebolla morada, ají, culantro, lima y coroto. ¡Maldito coroto! Muerdo un trocito de este pimiento y me pongo del color de los galos en su búsqueda de la pócima mágica. Le digo a la camarera: ¿es esto una broma? Habéis estropeado el ceviche. Buscamos conjuntamente una solución: comer arroz, beber cerveza, llevarse el ceviche y esperar a otro. Espero pacientemente a que se vaya pasando y... vuelta empezar. Aunque un poco menos rico. Como mi madre dice: la mejor salsa, el hambre. Resulta gracioso comer bajo un cuadro de la última cena. ¿Humor negro?. Aquí, en las últimas cenas pintadas por autores andinos, siempre hay un plato de cuy.

Por la tarde recorremos el mercado que es una nave gigante con techos de chapa, donde se juntan todo tipo de colores, olores, gorritos, trajes y comidas. Me gusta preguntar cosas y oir su tonito simpático lleno de música y disminutivos. Suba la escalerita y lo verá acá mismito. Oímos una fanfarria de trompetas y bombos. Gente de oscuro sigue un ataud blanco a ritmo de fiesta. Igual se pasaron con el coroto en su última cena. Hay gente que no sabe aguantar una broma.

1 comentario: