Con el fresco del atardecer, callejeamos de Piérola al río, por el centro histórico. Muchas iglesias y casas coloniales de fachadas pintadas con colores fuertes como añil, almagre o albero y los adornos en blanco. De las casonas cuelgan elaborados balcones de madera. Las iglesias lucen portales pasadísimos de rosca como la de San Agustín, donde apenas se ve al tiarado obispo entre colgajos de tripas petrificadas y columnas salomónicas enramadas. Dentro, las imágenes dan miedo de tan oscuras y sangrientas. En los recargados retablos buscamos santos como quien busca a Wally.
Los oficios se agrupan por calles. Atravesamos cientos de ópticas, peluquerías pegadas. Las tiendas religiosas están frente a la Iglesia del Señor de los Milagros, entre tiendas de turrón. Allí hay santos, velas, exvotos, rosarios y crucifijos. Los envases de los turrones llevan ilustraciones serigrafiadas preciosas. En la calle del Teatro Municipal se alternan pequeños restaurantes rebonitos e imprentas, huele a tinta sancochada. Acá vienen los recicladores organizados en su motocarro cargando sacos de papel. En frente del teatro, merece la pena La Cabaña.
El patio de San Sabastián reúne a una gran parroquia, una cholita de sombrero alto les vende el pan. En Junín de la Unión, Mikel vende barbitas a un sol. Bacile a su familia a un sol dice. Es como disfrazarse de guiri, pues el peruano es medio asiático, de pelo fuerte y lacio, ojos rasgados, marcados pómulos y lampiños. Los delatan ese oscuro color y la narizota con montante. Mikel lleva gafas, parece que su nariz está atornillada a ellas. Las mujeres son de obsidiana pulida, con hermosas curvas en las cejas, pómulos y labios gruesos, el montante las embellece. También hay un tipo asesino de flequillo volátil y mejillas de viruela que mira de reojo. Les pega el tango.
Terminamos comiendo unos sanguches de jamón del norte calientes con cebolla morada en el Queirolo, que hoy ha abierto. Las parejas pasan horas bebiendo sin subir el volumen. Despacito van llenando las mesas de botellas de Cristal y cerrando sus ojitos colocados. Cuando empiezan a levantarse se dan cuenta de su estado, se tambalean, salen agarrándose a las sillas con esa sonrisa de dulce felicidad, de tonta felicidad.
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