Uno de los tesoros que comparten la mayoría de los autoestopistas es que más que viajar gratis, incluso más que la adrenalina de ver cómo alguien te recoge de la carretera tras tostarte al sol durante horas, es la experiencia de compartir trayecto y destino con alguien por descubrir. “Te abre la puerta del lugar al que llegas, a sus formas de vivir y de ver. El viaje comienza con un trayecto de cinco horas de carretera por delante y acaba con una cena con diez invitados en casa de esa persona”.
Deseo que se pueda seguir haciendo, porque hay un trasfondo de ayuda mutua, a quien no tiene coche o dinero, que nos conecta”. “Parar y subir a alguien que está en la carretera es un acto de humanidad muy básico”. Quizás veremos pronto un resurgir del autoestop, espoleado por las crecientes desigualdades sociales o por la necesidad de aparcar combustibles para frenar la emergencia climática.
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