A partir de las seis y media ya hay movimiento en el albergue. Me ducho antes del caos. Desayuno con churros en el Picos de Europa y sigo mi camino subiendo San Francisco. Mi sombrero ha desaparecido. En el cementerio de Bezana miro esas calaveras con la tibias cruzadas y el reloj de arena con alas. Tempus fugit. Voy paralelo a la linea de tren de vía estrecha. Pasan cercanías y también vagones llenos de carbón. En Boo, unos falsos peregrinos esperan el tren. Ya hacia Arce, bosques de eucaliptos, casas diseminadas y al fondo las sierra de los Picos de Europa. Bajo por la orilla del Pas, a la sombra, atravesando la autovía por abajo. Barcas. Alisos, fresnos y grandes álamos con hojas como corazones de vaca.
En Puente Arce almuerzo con los peregrinos valencianos Vicente y Santiago que se quejan de que todo es caro. ¿A ti qué te cobraron? Vicente tiene mucho acento y me cuesta. Su sueño es un escudo donde ponga Mondeu, su mote. Si vas a mi pueblo y preguntas por Vicente, nadie sabrá; has de preguntar por Mondeu. Los paisanos hablan de las últimas mujeres del club.
- Guapa pero muy gorda.
- No, esa se fue de vacaciones, la brasileña que te digo es alta y desgarbada.
Atravieso el Pas por el Puente Viejo, del siglo XVII, me tumbo en la hierba a la sombra de una alameda y lo dibujo con un Chéster en la boca. Esto es Oruña en fiestas del Carmen. Cohetes, chiquillada, chiringuitos, barbacoas y la Ronda de Tanos con sus estacas labradas en espiguilla, pantalón y chaleco negros, camisa blanca y fajín rojo, cantando a capella canciones montañesas recogidas por Pepín del Río. Te escribí una carta mi amor, cuando la carta llegó ¡ay! de ti ya no me acordaba. Que con la luna madre, que con la luna iré. Un matrimonio me deja un hueco en su mesa para dibujar, y una gorda cae con la bandeja de tortilla y gambas mientras se mete con una voz. La ronda se para y la levanta. Mientras saca unas gambas de la raja de entre sus desmesuradas tetas, se arrepiente. La virgen me castigó por meterme con el del huevo, dice.
Me voy por el parque para Mogro. Allí cortan la carne y alguien aventura un rediós que otro.
Mariano y Sol llegan con el coche y vamos a su casa, que es como un barco en el prado queriendo salir al mar. Mariano fabrica algo rico de lo que queda en los rincones de la nevera y lo regamos con un Rivera. Llegan de Turquía. Sol inunda acariciando como el sol, como el orujo que saca de su tierra. Mariano cuece ahí dentro y abre la puerta allí y luego aquí, para que las historias no pierdan realismo. Yo disfruto de su compañía.
Vemos la Playa de los Caballos y su Torrelavega, en el siguiente valle, bajo la mirada de la Sierra de Peñasagra y los dientes afilados de los Picos. El Ave Turuta como un museo. Y luego rabas, croquetas y morcillas con más vino, mientras me cuentan al fresquito de julio.
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