Paseo por encima de los acantilados, un bonito paisaje de hierba y rocas blanquecinas y agrietadas. Desde varios puntos veo la Playa de Usgo. Atravesando alambradas llego hasta los caballos y luego la carretera hasta los últimos meandros del Pas, Pueblo del Sol y la playa. Voy al bar del pueblo y me bebo una cerveza con queso. Sol pica las verduras y luego Mariano hace una sopa de papa rallada riquísima y los famosos filetes que querían quedarse en el curro. Recojo mis cosas y Mariano me lleva a la estación. En el camino hablamos despacio como si fuéramos otros y pudieran hacerse puentes en el abismo. Me duermo con el traqueteo en medio de la niebla y despierto sobre rastrojos amarillos y álamos verticales señalizando ríos y arroyos. Cuando salgo, alguien dejó la calefacción muy fuerte o nos están horneando.
Llego sudando a casa. Están los amigos bebiendo refresquitos delante del ventilador. Luego viene Marisa a contarnos la historia de aquel niño de siete años que todos los días doblaba su albornoz antes de bañarse en el hotel. Hablamos y hablamos, y el sueño se hace conmigo.
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