lunes, 30 de enero de 2012
último día en cuzco
Toda la mañana de gestiones. La cosa no va muy bien hasta que llega Gustavo, entonces sale el sol, nos reintegra la pasta de ayer y nos lleva a Perú Rail a cobrar los 24 dólares del tren. Pide disculpas y alegra nuestro corazón compungido por el timo. Volvemos a ser y salimos de paseo. Todas las plazas están llenas y nos damos cuenta que es domingo y hace un día excelente. Recorremos calles y plazas, metiéndonos en los patios. Comemos un caldo de costillas y una ensalada fría mixta de carnes. Mejor el caldo que la ensalada, aunque se salía las pezuñas de chancho lechón.
Por la tarde nos sentamos al sol en la Plaza de Armas y acabo el dibujo en el tercer intento. y hago otro más vivo intentando sacar este ambiente delicioso, ese transcurrir suave bajo el sol. Las familias se sientan en los bancos, las niñas nos quieren vender calabazas buriladas y coloreadas al fuego, los argentinos hacen su mate en la escalinata, alguien toca una guitarra y algo excepcional sucede: aparece un carrito de bebé. Al banco se acerca una niña vendedora que nos canta la bandera española es amarilla y roja, el amarillo representa la riqueza española y el rojo la sangre de los españoles, el rey se llama... que ha aprendido en el cole. Y luego viene Corsino Delgado, alto, de ojos azules y ochenta y tres años, ganadero en el sur de Arequipa. Apenas si entiende mi castellano y su nieta lo traduce al quechua. Me da permiso para dibujarlo y luego les gusta y le hacen una foto. Le pregunto si quiere que dibuje a la biznieta, pero su madre me dice que la costumbre peruana dice que es malo dibujar a un bebé. No lo hago. Nos presentan a toda la familia, que es dulce y suave. Y nos despedimos para coger el bus, hoy de más lujo porque queremos dormir hasta Arequipa. Estamos cuatro tontos y uno más tonto que llama a Mami y luego a Papi y luego Amor. La asafata con vos televisiva reparte cartones para un bingo del que pasamos, y le toca a un italiano que si quiere decir unas palabras y dice viva la vida y suerte mientras salimos por las últimas casas sucias de Cuzco y los niños nos miran con los ojos grandes mientras corretean descalzos pisando charcos.
sofocones hasta cuzco
Como abuelos, nos sentamos en un banco de la plaza de Aguas Calientes viendo la vida pasar debajo de unas montañas verdes verdes fuertes levantadas como menhires (imagen 1). El estruendo del río llega hasta aquí. La gente simplemente se deja acariciar por el sol. Oímos hablar a alguien que ha habido un derrumbe y no llegará el tren.
Desayunamos unos vasos de chicha de zanahoria y quinúa anca la señora Carmen y una rodaja de sandía que no le llega a las de Bolaños ni a la punta de los talones. Bajamos a la estación y me pongo al sol a dibujar la carga de mercancías en los vagones. Al rato, los curritos han dejado la tarea y los tengo todos en el cogote mirando. A medio día, nos comunican oficialmente que no hay tren. Discusiones y más rollos. Consigo que me sellen el boleto para que me reintegren el 100% en Cuzco y nos piramos andando hasta la hidroeléctrica, el camino que trajimos, bajo la promesa de que haya una combi allí para recogernos. Llegamos a las dos horas por la vía del tren rodeados de mariposas naranjas y negras que se ven en grupos de más de treinta. Cataratas, rápidos, humedad, mosquitos... selva. Los arroyos hay que cruzarlos por las traviesas de la vía. En La hidroeléctrica no espera nadie y cogemos la combi de otra compañía.
A toda velocidad corre por los barrancos haciendo chillar las ruedas. Alguien pide que se corte. Una niña vomita, una argentina cree morirse.
A las nueve y media llegamos a Cuzco. Pido un boleto para poder justificar mi gasto. Nos sentimos estafados y resulta una noche triste. Se nos cierra el estómago y ahí se queda el pollo suplicando inútilmente que lo coman. Beni ha perdido la voz y esto empeora las cosas. Mañana esperamos que el sol y un poco de suerte de la vuelta a la tortilla.
domingo, 29 de enero de 2012
un honorio en machu picchu
Cuando subimos andando aún no ha amanecido. La subida es una escalera de piedras de granito que hace en línea recta lo que los autobuses zigzaguean (hay un señor a la entrada del pueblo picando todo el día estas piedras). Beni no puede con los últimos tramos de las escaleras y los hacemos por el camino de los buses. Dos horas subiendo, una hora y media los que lo hicieron por la escalera y a buen paso. Un argentino dice que lo hiso en una hooora. Colamos los emparedados bajo un pañuelo, pues está prohibido entrar comida. ¿Cómo podríamos estar sin comer todo el día?
El espectáculo que ofrece esta ciudad, hacienda, santuario o lo que sea, ya que todo son conjeturas, produce una verdadera sensación de plenitud, de placer. No es sólo la visión de una obra civil perfectamente programada e integrada, sino su entorno de montañas verdes entre las que circulan las nubes, se pasean, crecen, se pierden. Estamos ante un juego de montañas en capas definidas, su intensidad, por la niebla, algo parecido a la visión de la Bahía de Halong. Igual sería si todo estuviera inundado de agua.
La temperatura es muy agradable, nublado, ni frío ni calor. Me pongo a dibujar desde distintos sitios. Esto es bonito desde cualquier punto, con niebla y sin ella, con sol o lloviendo.
A las dos y media se pone a llover fuerte. Las acuarelas y la tinta china chorrean. Me retiro antes de destrozar todo el cuaderno. En el último dibujo intento captar la sensación que produce bajo la lluvia.
Todos se han resguardado o ido excepto un japonés sentado bajo la fuerte lluvia que, con su chubasquero, medita allí en todo lo alto, junto a la casa del centinela.
Volvemos por la famosa escalera. Beni valiente puede con ella. Cenamos en el mercado unos chicharrones calentitos (chancho frito con maíz) que nos hace la señora Leandra con un refresco de cebada y quinúa que nos pone la señora Carmen, alegre y juguetona, deseando cerrar para volver con sus hijos. Se ríe mientras la dibujo con su compañera.
estafa legal
Según nos cuentan, un gringo (dicen que chileno) delincuente de corbata llenó la buchaca de otro delicuente conocido como Fujimori, que dicen no es peruano sino japo, de forma que el japo se la llevó por la pati y el gringo tiene la concesión de la explotación turística del Machu Picchu durante treinta años, y faltan doce, con unos precios abusivos para el extranjero. Parece ser que el tren que te acerca a Aguas Calientes también está concesionado por eso es tan caro y se paga en dólares. Se habla de una entrada de 2.500 personas diarias, pero también de 7.000, a 142 soles, son unos 315.000 euros diarios. Sin contar el tren. ¿Tienen vigor los acuerdos malvados entre delicuentes?
El tren es la única forma de llegar a Aguas Calientes, no hay camino ni carretera por el que poder ir en carro. Las mercancías llegan en tren. Los residentes tienen un precio tirado (cuatro soles me comenta un residente). Esto lo envuelve de un halo de misterio y mafia bastante desagradable.
La idea era cogerlo en Anta, de camino de Ayacucho a Cuzco, pero no había dinero cambiado y tuvimos que entrar en Cuzco. Ahora hemos decidido ir en grupo al llamado Valle Sagrado, ver unas cuantas ruinas y coger el tren, o paseando, desde el punto más cercano en que se puede llegar en coche.
Seguimos el río Urubamba, paramos en Ollantaytambo, un pueblo bonito con las calles empedradas, sus ruinas incas y su plaza de toros de piedra. Aquí Hernando Pizarro perdió una batalla con los incas.
Espectacular la interminable subida al Abra Málaga, de 4350 metros. Pero lo más impresionante es que la otra vertiente ya es amazónica, y todo cambia. Hay mucha más humedad, muchos más mosquitos, muchos más pájaros, muchos más animales. Se ven árboles de grandes hojas, palmeras plataneras, ricinos, floripondios y cultivos de té formando una masa espesa entre la que sólo se ve la vía del tren, nuestro camino/carretera y el río, bastante bravo. A esto lo llaman Selva Alta.
Comemos y mal, víctimas del turismo, en Santa Teresa, un pueblo construido provisionalmente desde que se inundara hace dos años. Un poquito de acojone por el desfiladero y paseo de dos horas por el tajo que las vías del tren hacen a la selva. Paisaje alucinante. Estruendo del río en rápidos y cascadas, cientos de mariposas, sonidos de pájaros, picaduras de mosquitos y, finalmente, la lluvia. Cena colegial con gente de aquí y allá: los amigos colombianos, las francesas, las parejas de Chile, las de Brasil... Ya estamos en Aguas Calientes. En el hueco que queda entre unas montañas acariciadas por las nubes, Torremolinos.
Nos cuentan que este acuerdo consesionario se pone en duda cada proceso electoral. Todos los presidenciables promenten romperlo. Ninguno ha cumplido.
El tren es la única forma de llegar a Aguas Calientes, no hay camino ni carretera por el que poder ir en carro. Las mercancías llegan en tren. Los residentes tienen un precio tirado (cuatro soles me comenta un residente). Esto lo envuelve de un halo de misterio y mafia bastante desagradable.
La idea era cogerlo en Anta, de camino de Ayacucho a Cuzco, pero no había dinero cambiado y tuvimos que entrar en Cuzco. Ahora hemos decidido ir en grupo al llamado Valle Sagrado, ver unas cuantas ruinas y coger el tren, o paseando, desde el punto más cercano en que se puede llegar en coche.
Seguimos el río Urubamba, paramos en Ollantaytambo, un pueblo bonito con las calles empedradas, sus ruinas incas y su plaza de toros de piedra. Aquí Hernando Pizarro perdió una batalla con los incas.
Espectacular la interminable subida al Abra Málaga, de 4350 metros. Pero lo más impresionante es que la otra vertiente ya es amazónica, y todo cambia. Hay mucha más humedad, muchos más mosquitos, muchos más pájaros, muchos más animales. Se ven árboles de grandes hojas, palmeras plataneras, ricinos, floripondios y cultivos de té formando una masa espesa entre la que sólo se ve la vía del tren, nuestro camino/carretera y el río, bastante bravo. A esto lo llaman Selva Alta.
Comemos y mal, víctimas del turismo, en Santa Teresa, un pueblo construido provisionalmente desde que se inundara hace dos años. Un poquito de acojone por el desfiladero y paseo de dos horas por el tajo que las vías del tren hacen a la selva. Paisaje alucinante. Estruendo del río en rápidos y cascadas, cientos de mariposas, sonidos de pájaros, picaduras de mosquitos y, finalmente, la lluvia. Cena colegial con gente de aquí y allá: los amigos colombianos, las francesas, las parejas de Chile, las de Brasil... Ya estamos en Aguas Calientes. En el hueco que queda entre unas montañas acariciadas por las nubes, Torremolinos.
Nos cuentan que este acuerdo consesionario se pone en duda cada proceso electoral. Todos los presidenciables promenten romperlo. Ninguno ha cumplido.
sábado, 28 de enero de 2012
viernes, 27 de enero de 2012
jueves, 26 de enero de 2012
los incas y cuzco
Como llueve por la mañana, nos metemos al Museo del Inca, bastante instructivo. Allí nos enteramos de las diferentes culturas preincas, del origen de los Incas, su imperio y decadencia con los conquistadores españoles. Su forma de construir, su religión, etc. Me gusta ver las diferentes formas de vida por altura: Puna (4300 a 3800 metros) con cultivos del altiplano de quinua, cañinua, chuño... Qoshwa (3500 a 2500 metros) con cultivos altísimos en terrazas o muy inclinados, y Yunka (1500 a 1200 metros) con cultivos de las tierras fértiles junto a los ríos. Nos cuentan que el Machu Picchu era una hacienda del Inca Yupanqui durante su gobierno de 1437 a 1471. Vemos trepanaciones de cráneos con éxito y sin él, y representaciones del dios Punchao mascando coca, Mama Kuka. Luego un señor nos toca unos cuantos instrumentos incas, pero no nos gusta su discurso de relax y chil out para turistas de gorrito de lana.
Comemos en un bar un tanto oscuro y silencioso (¡qué poca bronca arman estos peruanos!), una crema de maíz y otras verduras y pescado con locho. Beni prefiere res estofada a lo Antonia.
Por la tarde visitamos el mercado que además de chulo es digna de ver su frenética actividad. En las tiendas de ropa tienen máquina de coser para arreglar sobre la marcha, las carnicerías cuelgan vísceras y morros de camélidos de fuerte olor, los vendedores de hierbas venden saquitos de hojas de coca por un solesito, la fruta es super diversa y multicolor. Más abajo, las calles reúnen a los gremios. Compramos ponchos para el agua, un capacito y pan para mañana.
Más al centro, todo el mundo vende algo: calabazas buriladas, joyas incas, gorros, viajes al Machu Picchu o al Valle Sagrado, pinturas, instrumentos de música. Por las calles pasean andinas revestidas con su llama para que te hagas una foto y algunos mendigos usan micrófono como los de Gila. Yo había venido a terminar de dibujar la Plaza, pero no me dejan tranquilo. Me largo, estas conversaciones de director de marketing del Barça no me van.
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