La casa típica manchega gira alrededor de un patio, que es su corazón. Suele ser una casa de vecinos con varias viviendas a las que se accede desde aquel.
La pared opuesta a la entrada solía tener el acceso a los corrales. La segunda planta está compuesta de estancias llamadas cámaras, pues sirven de cámara de aire para aislar el calor y el frío de la vivienda. También se usaban como almacén para conservar alimentos (se colgaban los jamones y resto de la matanza, melones, ristras de ajos, de pimientos y guindillas, se guardaba el aceite en una zafra, etcétera) y los excedentes de cereales. Las paredes, de tapial, se encalan y los frisos o zócalos se pintan de otro color (añil o almagre). Debajo de la escalera, bajaba otra a la cueva que hacía las veces de frigo y bodega (el vino se guardaba en tinajas grandes de barro).
Este patio es de una vecina de la calle de El Cristo (que limpia la ventana en la primera foto), que me deja fotografiarlo. Me explica que fueron comprando a los vecinos hasta hacerse con la casa. A mí me da la impresión de que la casa de la derecha era parte del patio y que abajo a la izquierda había un porche sin cerrar. Con el tiempo, todo cabe.
Este tipo de arquitectura popular me gusta mucho, pues parece respetar los encantos de la vida que ya han olvidado las nuevas casas: el contacto con la Naturaleza y las estaciones, las texturas de paredes y objetos, los materiales más básicos y primitivos, los olores naturales, las plantas y las flores... Ahora el placer nos viene de los electrodomésticos, extrañas máquinas donde, entre otras cosas, podemos disfrutar de los patios filmados y fotografiados. Pero no es lo mismo.
Si pensamos que en 1543 el 70% de la población bolañega era morisca, y que ellos habían traído el esplendor de las huertas con regadío de norias, maromas y acequias, que salían de jarana los jueves y seguían degollando la carne al estilo musulmán, con apellidos que hoy llevamos, sería fácil imaginar un tipo de casa así con pozo en el patio y pilón de piedra, con ventanas y galerías abiertas a él. ¡Ellos si que conocían el placer doméstico!
Concéntrate en la foto grande y piensa que estás allí dentro. ¿No te apetece tocar con las yemas paredes, maderas, la barandilla y el musgo del suelo?
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