En éste, se sigue jugando al dominó, se lee el periódico y hay un juego de botijos de barro rojo para beber agua. Me siento junto a la partida. El más simpático es el mudo, con gafas, a la izquierda. Al verme dibujar, los demás dicen que el mudo pintaba muy bien animales, caballos, hasta los civiles que lo llevaban esposado. Se pitorrean porque no los oye. Hay mesas de tres épocas y alturas. Las sillas de formica veteada imitando madera. Los camareros se acercan y dan su visto bueno. Ella está bicheando para salir, guiña los ojos y abre la boca para escuchar, como si estuviera estreñida. Al final la dibujo detrás de la barra en esa pose.
Cuando acaba la partida, el mudo se acerca a verse. Se toca los labios con la punta de tres dedos para decirme que le gusta. Si no fuera por esta llamada, que me volverá al mundo real, acabaría de charleta y con cara de socio. El café, un euro. Cojo los bártulos y me despido hasta otra, que, seguramente, la habrá.
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