miércoles, 10 de abril de 2019

viaje a elche con escalas


Camino de Elche y recién pasado Albacete, alumbrados por el castillo de Chinchilla de Montearagón en en lo alto, nos desviamos de la tediosa autovía para visitarlo. La subida nos descubre el trazado tortuoso medieval y la gran cantidad de casas cuevas excavadas en la roca, que permiten una calle común como una terraza al borde  y que se convierte en el tejado del nivel más bajo, del que se levantan las chimeneas. Son hermosas las fachadas encaladas y los laberínticos huecos llenos de plantas. Descubrimos algún interior en algunas cuevas derruidas. Por allí descansa una señora de más de ochenta años que hace su paseo diario a este barrio, donde ella vivió durante muchos años, en una de sus cuevas. Subid por allí al castillo, y tened cuidado nos caigáis al foso, nos dice con sorna y de oídas, pues confiesa no subí al castillo en toda mi vida. El castillo no es demasiado grande, pero muy impresionante su foso excavado en la roca con un puente de madera para acceder.

Hablamos con Pablo y quedamos a comer en Almansa. Nos cuenta que Manolo toca la batería con un grupo de Valencia. Nos dice que un candidato no debe comer solo y nos lleva a la tratoría La Toscana de Irene, un auténtico italiano de menú con una comida rica y sana, y fuera de lo común por nueve euros. Nos pone una extraña y jugosa pasta hecha de harina de trigo y garbanzos con pesto y queso molido por encima, y después un filete de bacalao fresco con verduras y patatas asadas. Lo riego con un Laya. Todo el personal es majo, y da gusto.

En veinte minutos estamos en Villena. El Museo Arqueológico solo abre por la mañana y su Tesoro de Villena está encerrado, esté abierto o cerrado el Museo, y no se puede visitar. Subimos al Castillo de la Atalaya, donde una excursión de escolares franceses, en intercambio, gritan y hacen el cabra. Hago unos dibujos del castillo y, cuando dibujo los viejos tejados del pueblo desde allí arriba, se me acerca una jovencita amante del lápiz y el papel. Lo que más me gusta es dibujar, me dice, lo tengo claro. Le enseño mi pequeña producción en el cuaderno recién estrenado, pero con la condición de que ella me enseñe sus dibujos. Baja encantada la escaleras y sube con una carpeta grande con algunos dibujos a lápiz y carboncillo, uno de ellos de una señora muy parecida a ella. Es mi abuela, me dice. Agradecidos los dos, bajamos juntos. Ella se queda en su casa y nosotros vamos a la iglesia renacentista de Santiago. Impresionan las grandes naves apoyadas en columnas retorcidas, o torsas, con algunos animales en los capiteles (podrían ser perros). También nos fijamos en la pila bautismal con unos extraños animales como aves humanas con cola de pez.

El móvil nos lleva hasta el hotel, en Elche, donde dejamos los trastos y el coche, y bajamos a hacer un reconocimiento del centro: la Glorieta, la Plaza de Baix con el Ayuntamiento, el Pont Nou sobre el río Vinalopó, las palmeras. Cenamos unos montaditos baratos y malos en Pa i Dolç, un lugar extraño con muñecos de chocolate, tartas, toñas y moñas, cerveza y una dueña voluntariosa que cree hacer una rica tortilla.

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