En la cosmovisión católica el Purgatorio es el lugar donde las almas de los muertos purgan sus pecados a la espera del Juicio Final, donde se unirán a sus cuerpos. Es un concepto religioso con una presencia especial en la teología católica y en la copta. Las almas de los pecadores con los pecados más graves van directos al Infierno, mientras que las almas de los santos martirtizados por su fe, van directamente al Cielo. Todo el resto, la gran mayoría de almas, va a este lugar de redención, a este espacio liminal donde purgan sus pecados hasta conseguir la pureza necesaria para entrar al cielo y residir con Dios. Aunque no es un espacio físico, el arte imaginero ha tenido una necesidad de representarlo físicamente, y de igual manera que el infierno; pero con el añadido de ángeles y santos rescatadores. Ya que, como puede verse, el lugar tiene un increíble parecido a las calderas de Pedro Botero, y el sufrimiento de las ánimas debe ser semejante. De hecho, durante mucho tiempo yo pensé que éstas eran representaciones de este terrible lugar. La gran diferencia con éste está en que el tiempo de estancia siempre es finito. Siempre llegará ese momento en que, gracias a las plegarias y limosnas por las ánimas, las misas, las comuniones y las indulgencias, las ánimas son llevadas al Cielo y el insufrible dolor de las llamas acaba para siempre. En el Libro de Zacarías se dice: lo meteré en el fuego, lo fundiré como se funde la plata, lo probaré como se prueba el oro. La mayoría de las iglesias protestantes lo rechazan. El Nuevo Testamento insiste en que nadie impuro llegará al Cielo, sin antes purificarse por el fuego.
Siempre es recomendable estar a bien con las ánimas benditas y ponerles velas en abundancia, por muy poco creyente que se sea.
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