miércoles, 18 de enero de 2023

la arquitectura en la fea ciudad real







En Ciudad Real, salvo casos contados, no se hace arquitectura, se hace construcción. Es decir, las tareas que debían estar reservadas para arquitectos y urbanistas, se hallan en manos de contratistas, aparejadores y maestros de obras. El arquitecto, en la mayoría de las ocasiones, es un elemento secundario, sometido siempre a los imperativos comerciales del tráfico del suelo. El planteamiento resulta sencillo: dado un solar, se trata de obtener del mismo el máximo rendimiento económico posible; si se pueden sacar doce pisos en lugar de ocho, tanto mejor para la inmobiliaria.

El resultado de todo esto es una ciudad de inapelable fealdad, llena de edificios disparatados, con espacios habitables angostos y standard, cuyo desgraciado conjunto consiste en un montón de mamotretos carente de la más mínima categoría, faltos de imaginación y ajenos del todo a cualquier tipo de soluciones meditadas de cara a conseguir una ciudad bonita y habitable o, en otro sentido, inscrita en los módulos de la arquitectura zonal.

Pero no sólo se carece de auténtica arquitectura; además se practica la destrucción indiscriminada. Se derriban, saltándose toda clase de ordenanzas en contra, edificios interesantes, y se destruyen fachadas o portadas de valor para levantar en su lugar estúpidos cubículos que sólo resultan interesantes para los traficantes del suelo y la vivienda. El hecho, además de brutal, bordea lo delictivo. La gente, mientras tanto, alborozada, paga cuatro, cinco o siete millones por pisos asfixiantes y descuidados, pero pretenciosos, que ya no se consideran como un buen sitio para vivir, sino como una segura inversión. De este modo nadie se plantea nunca el hecho de adquirir un espacio para habitar humanamente, sino que compran cierta cosa donde caben muebles y tiene la maravillosa virtud de ir subiendo de valor con el paso de los años.

Un ejemplo concreto, en fin, define la trayectoria urbana de la ciudad: la plaza del Pilar. Se destruyeron todos sus bonitos edificios de las primeras décadas de nuestro siglo, para levantar en su lugar indeseables engendros de hasta catorce pisos, que han convertido a la plaza en un agobiante embudo donde no existe absolutamente nada que contenga la más leve gracia o interés, salvo, precisamente, los dos edificios antiguos que aún se conservan milagrosamente.

2 comentarios:

  1. Casi sin modificaciones, se podría decir lo mismo de Gijón, la ciudad donde vivo...

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