martes, 2 de agosto de 2022

gatos de antônio bandeira



    Antônio Bandeira, pintor, dibujante y grabador, nació en Fortaleza en 1922. Allí se inicia en la pintura como autodidacta. Logró transitar un camino inusual en el campo del arte brasileño. Artista independiente en medio de las influencias locales de su tiempo -aunque extremadamente activo en su entorno social- no fue en busca de los regionalismos estilísticos y geográficos que en ocasiones alimentaron a los artistas de su generación. Permaneció al margen de escuelas y estilos, sin prestar nunca su nombre a las declaraciones de fe estética tan en boga en ese momento. 

    En 1941, junto a Mario Barata, participa en la creación del Centro Cultural de Bellas Artes de esta ciudad. En 1945 cambia su residencia a Rio de Janeiro y, en el año siguiente, realiza su primera exposición en el Instituto de los Arquitectos de Brasil. Becado por el gobierno francés, va a París, donde permanecerá hasta 1950, asistiendo a la Escuela Nacional de Bellas Artes y a la Académie de la Grande Chaumière. Su huida del academicismo le hace abandonar estas instituciones. Aun así, entre 1947 e 1948 participa en el Salón de Otoño y el Salon d'Art Libre. De vuelta a Brasil, en 1951, se instala en el taller de de José Pedrosa y se presenta en la 1ª Bienal Internacional de São Paulo. Retorna a Paris en 1954 e permanece en Europa hasta 1959, pasando por Inglaterra y Bélgica, donde, en 1958, realiza un panel para el Palais des Beaux-Arts. A su vuelta a Brasil en 1961, edita un álbum de poemas e litografías propios, y João Siqueira realiza un corto sobre la obra del pintor. Vuelve a Paris en 1965, donde permanece hasta su muerte, en 1967.

    Exigente y metódico, definido por sus contemporáneos como un artista serio, lacónico y de “mal humor monacal”, trabajó con ahínco durante toda su vida, legándonos una producción sorprendente en calidad, sensibilidad y volumen. Además, dedicó especial atención a su propia personalidad, alimentando mitos y narraciones sobre su biografía y cultivando su imagen, creando así un personaje que muchas veces despertaba tanto interés como su obra.

    Trazos, colores, tramas, manchas y salpicaduras aparentemente abstractas estampan con eficacia, en palabras del artista, “paisajes, marinas, árboles, puertos, ciudades, en definitiva, notas de viaje. Parto del realismo y luego corto las ramas hasta llegar al punto que exige mi sensibilidad. […] La naturaleza fue y será siempre mi granero”. Este gozoso compromiso con la vida guió su acercamiento y asimilación del lenguaje internacional del arte abstracto. Como resumiría Ferreira Gullar, Bandeira “aprovechó las posibilidades del nuevo lenguaje para expresar su relación amorosa con la realidad que vivía y la realidad que había vivido”.

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