Me gusta su sol, pero no ese viento de Levante. El rico café que despachan en sus bares. El olor de sus hermosas pastelerías. El Museo de la Prehistoria, donde han visibilizado los animales grabados en las piedras y huesos, y hay tan bella cerámica que los primeros agricultores decoraban dibujando con conchas. El bullicioso mercado de Ruzafa, unas cerveza con tapas en su bar. La tortilla de Ángel y la extraña carrocería metalizada de sus insectos. Las bicicletas por las calles. El corazón de Uiso Alemany en pliegos arrugados. Los puños de Renau. Las casas modernistas, sus azulejos de colores. Los naranjos de las calles, pero no sus jardines sobrediseñados por locos arquitectos que piensan en planos y árboles sin raíces. La rica y sana comida de La Cantina y el trato de sus camareros, su lasaña de calabaza y el garnacha. La conversa de Pablo y Manolo, ya en la Estación del Norte, donde uno espera ver milicianos besándose antes de morir en el frente.
Creo que debería haber visto el mar a pesar del mal tiempo. Para olvidar tanto diseño vacío sin corazón, tanto dinero oficial invertido en ruido sin nueces.
Chulísimos bocetos. :)
ResponderEliminarGracias Javier.
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