Carmen rescata a su abuelo.
Carmen llora y, durante la conversación, tiene que detenerse varias veces a causa de la congoja. "Perdona, me emociono y me cuesta seguir". Se toma su tiempo y regresa para seguir juntando palabras con las que recomponer los últimos momentos de la vida de su abuelo, Damián Fernández Sánchez, una de las 3.897 víctimas de la represión franquista en la provincia de Ciudad Real.
De Damián poco más sabe que su nombre y apellidos, ni siquiera el día en que nació. Era un humilde agricultor de Miguelturra, se alistó al ejército republicano "porque ahí le tocó" y marchó destinado a Guadalajara. Tenía 27 años y estaba recién casado con Vicenta y en la única visita que pudo hacerle desde el frente, la dejó embarazada. damián y Vicenta, dos jóvenes que nada sabían de política y nada habían podido disfrutar de la vida.
Carmen Serrano, de 58 años, cuenta, de lo poco que sabe, que fue encarcelado pocos meses antes de nacer su hija Damiana el 15 de abril de 1939 y, tras pasar por varias cárceles, acabó en la de Ciudad Real, donde Vicenta le llevó a la recién nacida para que la conociera. "Entre los pañales les metió una carta de despedida, y al mes siguiente, el 25 de mayo, con 28 años, lo fusilaron en una pared del cementerio de la capital. Fecha que la familia ha conocido gracias al libro "La Guerra Civil en Ciudad Real" del historiador Francisco Alía.
Ya adulta, Carmen le escribió una carta a su abuelo, al que no conoció, como para querer retenerlo con ella para siempre. "A tus 27-28 años viviste todo el horror de una guerra entre hermanos... De momento somos 11 las personas que te debemos la vida, abuelo".
Carmen acudió junto a su madre Damiana, aquel bebé al que su padre le escondió sus últimas palabras en el pañal, al acto que organizó la Diputación para homenajear a los miles de represaliados del franquismo. Allí se encontraron con cientos de familiares con necesidad de hablar, de abrazarse, de compartir, de que se les escuche y de que se les entienda.
Estanislao Fernández, un malagonero muerto y enterrado en alguna fosa común.
"En los dos bandos se cometieron atrocidades, la diferencia es que uno ha podido hablar de su sufrimiento y enterrar a sus muertos, y el otro no hemos tenido la oportunidad de hacerlo. Nuestro dolor ha sido silenciado", dice Josefina Díaz, Pepa, de Malagón y proveniente de una familia con bastantes represaliados. Uno de ellos, su abuelo materno. Estanislao Fernández Gallego. Un malagonero que trabajaba la piel, un guarnicionero, y por lo que cuentan "muy culto y avanzado para la época, con ideas progresistas". Su delito, pertenecer al Partido Socialista y haber sido concejal.
Lo sacaron una noche de 1939 de casa con 58 años, sin poder despedirse de su mujer y sus cuatro hijos de entre 16 y 20 años. Por no cometer delito de sangre le conmutaron la pena de muerte, por cadena perpetua. No lo mató un fusil, fue la falta de asistencia médica tras dos años en una prisión de Burgos, donde sus restos continúan enterrados en alguna fosa común. La familia se enteró de todo lo ocurrido, ya en democracia, por gente de el pueblo que había estado con él. "Han sido muchos años de dolor, de callar, de buscar información. Además, mi familia tuvo que seguir conviviendo en el pueblo con la gente que denunció a mi abuelo. No se nos ha hecho justicia".
Esteban Santamaría, en una fosa de Manzanares.
Esteban Santamaría utilizaba las papelinas de fumar para escribir mensajes a su mujer que le escondía entre la ropa sucia. Era ferroviario y trabajaba en el servicio de agujas y frenos de Manzanares. Tuvo tres hijos, la pequeña no tenía ni dos años cuando lo ejecutaron con 35 en la tapia norte del cementerio. El 11 de mayo de 1940 no se le olvida a su nieta, Rosario Baeza Santamaría, que desde su piso en Ciudad Real, rodeada de fotografías, cartas y tarjetas con lo más valioso de su abuelo, sus pensamientos, cuenta que Esteban confió, como muchos otros, en la justicia que quería impartir el bando nacional. "Le dijero que al no tener delitos de sangre no tenía que tener miedo. Tras un año preso por ser de izquierdas, con 53, lo fusilaron. Él murió convencido de su inocencia. Está enterrado en una fosa en Manzanares, junto a otros republicanos". Rosario lamenta que en su familia este episodio se ha vivido siempre "con amargura, porque realmente hemos tenido que tragarnos el dolor".
"No puedo olvidar ni dejar de llorar" nos cuenta Petra Robles a sus 87 años. "Yo iba siempre de la mano de mi padre y me lo mataron". Tenía 8 años cuando a Pedro Robles lo fusilaron por socialista el 9 de mayo del 40, el primer ajusticiado en Alhambra tras la Guerra. Desde entonces, Petra no ha dejado de ir al cementerio de Villanueva de los Infantes, donde descansan sus restos. "Mi madre se tuvo que casar con un juez, con tres hijos y de derechas. Yo no los quería, me quejé y me quejé" dice Petra, que no sabe ni leer ni escribir, y en la que no cesa de latir la tristeza de la pérdida.
La tarde del 9 de julio de 1939 entraron en la casa de Alfonso Capilla y de otros ocho vecinos de Chillón. Se lo llevaron en un camión y por la noche, en mitad del campo, en la finca El Contadero, los fusilaron y dejaron sus cuerpos tirados "para que se los comieran los animales". Alfonso era el abuelo de Josefa Capilla, tenía apenas 30 años y tres hijos, el pequeño con tres. Era herrero, le iba bien en el pueblo, "donde había envidias", y para más inri, era sindicalista y edil socialista. "Murió por ideales y por intentar que la gente viviera mejor. Mi abuela tuvo que tirar sola para adelante con tres niños, porque su muerte siempre ha sido tabú, los enterraron allí mismo, por miedo a represalias si los movían, por eso cuando llegaron los de la Memoria Histórica sabíamos dónde estaban".
Fuente: Nieves Sánchez en La Tribuna de Ciudad Real, 4/2/2018
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