Cuando alteramos la biodiversidad de ecosistemas naturales derrumbamos barreras para la expansión de estos patógenos y, por nuestra sociedad hiperconectada, tendemos puentes muy efectivos para la propagación de enfermedades que, de otro modo, se mantendrían en sus reservorios naturales. Por ejemplo, la enfermedad de Lyme (una borreliosis) en el este de EEUU está asociada a la alteración de los bosques y la sobrecaza de grandes depredadores (lobos, zorros, águilas y búhos) y al crecimiento de poblaciones de roedores, que son reservorios de la bacteria.
Una parada o ralentización de la economía obviamente implica una menor presión sobre el medio ambiente, y hay múltiples indicadores (calidad de aire, emisiones, etc.) que muestran tal efecto positivo. Ahora bien, esto debería mantenerse a largo plazo. Me gustaría que una crisis de este tipo nos enseñara a relacionarnos mejor con la naturaleza, cómo conocerla con más profundidad y cómo diseñar formas de uso de sus enormes recursos de una manera realmente sostenible para la salud humana. COVID-19 es un ejemplo más de nuestra relación tóxica con la naturaleza y debe servirnos para diseñar formas más amigables de vivir en este planeta.
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