En las afueras de Palermo, en Via Cappuccini, las catacumbas están situadas bajo un monasterio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos, que fue originalmente un cementerio en el siglo XVI, y en el que los monjes excavaron criptas subterráneas. En sus orígenes las catacumbas estaban destinadas solamente para los frailes, pero ya en el siguiente siglo, y dado el éxito del costoso proceso de momificación que los monjes habían adquirido en sus viajes misioneros a América del Sur y África del Norte, las familias palermitanas pudientes solicitaron que sus familiares fallecidos fueran depositados en las mismas. Algunas personas describían en su última voluntad el atuendo con el que deseaban ser recordados, otras demandaban que sus ropas fuesen cambiadas regularmente.
Básicamente los pasos que llevan a la conservación de los cadáveres pasaban por mantener el cadáver en una cueva de piedra de tufo, extremadamente porosa, de ambiente muy seco para que el cuerpo “sudase” la humedad durante ochos meses, exponerlo posteriormente al sol para que se secase más y darles después una limpieza de vinagre. El primer cuerpo tratado de esta manera que todavía existe hoy fue el del hermano Silvestro da Gubbio que murió en 1599.
Las más de 2.000 momias de la catacumbas de los capuchinos en Palermo, están ordenadas por salas según su estatus en el mundo: hombre o mujer, sacerdote o profesional, niño o adulto. Existe incluso una cámara para las vírgenes. El panorama resulta notablemente grotesco y no solo por los gestos desencajados de las calaveras, también por las briznas de paja que escapan de los rellenos y las ropas apolilladas de otros tiempos.
Las más de 2.000 momias de la catacumbas de los capuchinos en Palermo, están ordenadas por salas según su estatus en el mundo: hombre o mujer, sacerdote o profesional, niño o adulto. Existe incluso una cámara para las vírgenes. El panorama resulta notablemente grotesco y no solo por los gestos desencajados de las calaveras, también por las briznas de paja que escapan de los rellenos y las ropas apolilladas de otros tiempos.
En ellas está basada la famosa estampa en la que el genial dibujante y grabador holandés Maurits Corneliis Escher, tras un viaje por el sur de Italia, representa un grupo de sacerdotes momificados, dispuestos en hornacinas y con la sentencia “Ite, missa est“ (Idos, la misa ha terminado) bajo sus pies. En esta imagen, además de un extraordinario y tradicional memento mori (recuerda que morirás), algunos han querido ver un indicio cristalino de la filiación gnóstica y anticristiana del artista, patente en otros aspectos de su obra. Efectivamente, la leyenda sobre el final de la misa parece insinuar el fin de la religión católica.
El gobierno italiano prohibió la momificación en el lugar en 1881, aunque se realizó una excepción en 1920 para la niña de dos años Rosalía Lombardo cuyo cuerpo notablemente bien conservado adopta el sobrenombre de la bella durmiente. Fallecida en 1920, fue momificada a petición de su padre. El encargado de dicha tarea fue el químico Alfredo Salafia, que procedió a embalsamar el cadáver de la niña conforme a su innovadora y duradera técnica. Un reciente estudio con rayos X demostró que el cuerpo, incluidos los órganos, se encuentran en muy buen estado de conservación y con un grado de deterioro muy leve.
Merece la pena visitar el cementerio contiguo, con hermosos panteoness racionalistas.
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