Para los artistas nacidos en los 90 en Chile, Lemebel fue una madre, una madre tierna que nos acurrucó en la rabia y la violencia, que nos enseñó a tener asco y a escupir, a escupirle en la cara a todos los viejos vinagres que, reprimidos y pinochetistas hasta la médula, debían morir en su miseria. Nos abrió rutas, las rutas de los valientes que salen del closet, sin acuerdos, ni vidas en pareja. Nos enseñó a ser memoriosos hasta las lágrimas, a no olvidar lo que nos da nauseas.
Sin duda fue lo mejor que hubo en este país sin transición y sin destape, y para todos los que nacimos en estos parajes de huachos y católicos capitalistas, fue un Sur a donde llegar, una tierra ya conquistada a base de humo y trasnoche. Para todos los pobres que nos hemos dedicado a escribir, no podría sino ser un referente, de cómo hacer las cosas sin siutiquería, amiguismos, fanfarronería y protocolos paranoicos. Escribir sin transar, sin poner la otra mejilla, sin esperar leer el discurso de fin de año. Ser honestos, aunque la verdad duela.
En Chile no le dieron el Premio Nacional de Literatura, básicamente porque a los viejos de izquierdas con nanas peruanas no les cae bien un coliza, que no chupe picos si no es por ganas, o muerda la almohada si no es por placer. No, a los viejos plenipotenciarios de la cultura les incomoda que un mariposón de primera se acapare las luces con su tristeza proletaria; ¿tenían miedo que se gastara el Premio en un carrete monzónico de 40 días y 40 noches?; o peor aún, ¿que jubilara en paz, como toda madre debería poder, después de romperse las manos con cloro, de atajar cuchillos, de parar la olla?. Lemebel era pobre, y eso, en este país implica no tener derecho a premios nacionales.
Tengo pena porque nunca pude conocerlo, nunca pude ir y sacarme un cuete con él, decirle que aunque yo fuera burgués y heterosexual, le agradecía; le agradecía sus palabras callejeras, la lengua con filo que cortaba las tardes escolares, de la adolescencia encarcelada entre la fila matutina y los profesores de castellano que no miraban con buenos ojos a ese escritor travesti que podía escribir con rabia en sus poemas.
Pedro Lemebel está muerto, pero de seguro por su boca, por esa boca que desconoció el yugo del abecedario español, salió un pajarito ligero y limpio que, guiado por todos los miles de dioses que pueblan esta Sudamérica loca y parlanchina, encumbró vuelo hacia ese cielo rojo, a ese cielo rojo que tanto anhelaste y que nadie te quiso dar. Porque no importa que no seas Gingsberg o Pasolini, no importa que no hayas sido militante del Partido Comunista, o noctámbulo neoyorquino, no importa que te hayan llenado de cicatrices la espalda, los colas en el armario del arte chileno, no importa que te hayan exigido una buena onda arribista y patética. Eso no importa, porque de seguro estás ya en ese cielo rojo que supiste hacer tuyo y de paso nos regalaste a todos los chilenos, para no sentirnos nunca más solos, en la melancolía de un viernes a las 3 am, en el taco infernal de las 7:45 am, en el afán diario de vivir escondidos, aunque ya no queden dictadores, imperios o iglesias que puedan detener nuestra libertad.
Pedro Lemebel, sigue revoloteando tus alitas rotas en ese cielo inmensamente rojo, que por primera vez es chileno, sudamericano y propio; en ese territorio reconquistado que lograste, y nos dejaste a todos los jóvenes que no queremos morir sin que nuestros hijos vean un mejor futuro por delante.
Por el Ene 23, 2015
Pedro Lemebel fue un escritor chileno y artista visual nacido en Santiago de Chile el 21 de noviembre de 1952 y murió el 23 de enero 2015 en la misma ciudad con cáncer de la laringe.
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