La democracia es “el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo”, sencilla y concisa definición. Por lo tanto, de este concepto se desprende claramente que en Chile no existe democracia de verdad. Lo que existe en nuestro país es un remedo de democracia, una ilusión en el inconsciente colectivo, una aspiración que jamás llega a concretarse. Las razones de esto también son muy claras.
La principal es que nos regimos por una Constitución aprobada de manera fraudulenta, bajo un régimen de terror impuesto por una dictadura militar. Dicha Constitución, si bien se le hicieron cambios durante los años noventa, menos que mínimos en todo caso, aprobados gracias a los voladores de luces lanzados por Ricardo Lagos Escobar, mantuvo las disposiciones que favorecían al empresariado, a las transnacionales, a los militares y a la oligarquía política, incluido un sistema electoral por medio del cual pueden ser elegidos candidatos que saquen menos votos que sus oponentes. Además, los electores sólo pueden elegir entre alguno de los postulantes que imponen los partidos políticos. El pueblo no tiene derecho a proponer candidatos. Por otro lado, los candidatos electos, en un noventa y nueve por ciento, hacen todo lo contrario de lo que prometieron a sus electores. El Parlamento, del modo en que está concebido, no representa de manera real las aspiraciones mayoritarias de los chilenos. No representa para nada la voz del pueblo en su conjunto, sino que representa los intereses políticos y económicos de la minoría que ejerce el poder institucional.
Para que el país comience realmente a transitar hacia una democracia participativa es necesario, como primera medida, concebir una nueva Constitución Política, aprobada en un plebiscito que dé todas las garantías electorales y de información sobre su contenido, sin letra chica ni artículos ambiguos, además debe considerar las propuestas de la ciudadanía y sus organizaciones de masas, expresadas mediante una Asamblea Constituyente.
Otro asunto fundamental de resolver, durante el camino hacia la conquista de una democracia real, es recuperar nuestros recursos naturales y estratégicos privatizados fraudulentamente por Pinochet y la derecha. También está el caso de las AFP e ISAPRES, un negocio a través del cual un sector empresarial se enriquece a costa del dinero que los trabajadores ahorran para su vejez y salud. En cuanto a quienes ocupan cualquier cargo de elección popular, deberían existir los plebiscitos revocatorios. La lectura de las últimas manifestaciones populares, nos indican que la paciencia del pueblo ante los abusos se terminó. No se trata sólo de la educación, sino que de un sistema demo-oligárquico que hace agua por todos lados. Los plebiscitos deben ser el corazón y columna vertebral de la democracia.
Alejandro Lavquén en Clarín · Agosto 2011
Cuando se produjo el terremoto, el mandato de Bachelet tocaba a su fin y, tras 20 años de Gobierno de la liberal Concertación, Chile eligió al multimillonario conservador Sebastián Piñera, de la coalición de centro-derecha Alianza por Chile. Mientras Piñera juraba su cargo, una réplica del terremoto de 6,9 grados hizo temblar de nuevo a Santiago. Los tertulianos más liberales, incluida la novelista Isabel Allende, aprovecharon la metáfora mientras el resto del mundo observaba con curiosidad qué conllevaría el primer gobierno de derechas desde la época de Pinochet.
Aunque Piñera cosechó una temprana popularidad por su gestión en la operación de rescate de los 33 mineros atrapados a 700 m bajo tierra cerca de Copiapó, su índice de aceptación cayó en picado tras las protestas estudiantiles (el “Invierno Chileno”) del 2011, y llego al 26%, la cota más baja de cualquier gobierno chileno tras la dictadura.
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