Una máquina estruja los racimos negros mientras los marroquíes esperan bajo la alameda, donde comen, lavan la ropa y duermen. Tanto polvo que parece que algo se ha derrumbado y que el sol está quemando las hileras. Sus casas, sus vidas. Nadie trabaja excepto esa ruidosa máquina venida de Alá sabe dónde.
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