era tan triste ese mundo que se descabalgaba de la canción ya en el segundo verso y yo no podía aguantar alguna lágrima. Menos mal que estaba ese momento dulce cuando, recién acostada y con el abanico aún en la mano, hablaba despacio y, cansada del paseo, exhalaba las palabras mágicas
me alegro, ojalá lo viera, que todavía se agarraban con afecto, y alguna pequeña sonrisa mientras acaricio su cara antes del oscuro sueño.
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