Dibujo para divertirme, entender lo que sucede; entenderme y también para desquitarme. Para poder mirar mejor, describir un objeto o traducir un pensamiento. Dibujo para acordarme y también como exorcismo de lo que no quisiera recordar. A veces me reto para que los dibujos se parezcan a lo que estoy viendo: para dibujar bonito. Puedo hacerlo por horas. Lo mismo me sucede con las emociones que experimento: las traduzco en dibujos. Unas veces hago letras; otras, rayones y garabatos. En ocasiones dibujo mecánicamente para distraerme y no pensar. Muchas veces pienso dibujando: he dibujado feliz y triste; durante el día y durante la noche; con insomnio, mientras viajo, converso o hablo por teléfono. He dibujado solo y acompañado. Dibujo desde que lo recuerdo: desde muy pequeño. Dibujo con líneas claras, gruesas o peludas. Con lápices, plumas, pinceles o el dedo. Dibujo en hojas sueltas, pedazos de papel, cartulinas elegantes, pizarrones, sobre la arena o la pantalla del teléfono. Disfruto hacerlo en cuadernos que se convierten en diarios, secuencias de momentos. Estos cuadernos me dibujan: exhiben y revelan lo que estaba oculto. En ellos está lo que me alegra, me gusta, pero también lo que me acompleja y lo que me hiere. Al ver mis cuadernos, recuerdo momentos, personas, lugares, formas y estados de ánimo. Unas veces me dan risa y otras me causan malestar. A veces me dan vergüenza. Acompaño estos dibujos con letras, palabras y textos, que también son dibujos. Me gusta mostrar mis cuadernos a personas cercanas. A diferencia de otros dibujos que hago para mi oficio (cuyo resultado es para los demás), estos no son bocetos. No los hago para que después sirvan, se transformen en diseños, carteles o ilustraciones.
Alejandro Magallanes. Siempre te amaré (Ediciones Acapulco).
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