Amanece un día extraordinario, soleado. Cojo el paraguas por si acaso y me voy de paseo con Tranqui por el camino de la Ermita de la Virgen de la Antigua, pues es duro y firme y me libraré de atascarme.
El perro no hace más que controlarme y no me deja parar. Aprovecho cuando encuentra entretenimiento para hacer acuarelas rápidas. Aunque todo es hermoso, cada vez me interesa menos sacar la realidad y más entretenerme en las manchas, esa violencia contenida de las prisas.
De golpe mi perro negro aparece y lo incorporo bajo una encina. Pero cuando lo hace con el esqueleto de una oveja en la boca, pienso que se acabó esta historia; y lo ato cabreado. No obstante, me paro a dibujar Mestanza de dos brochazos, y doy por terminada la sesión.
Gracias por el bonito paseo, tan expresivo como el texto
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