Recorremos el proyecto de carretera costera desde Piedra Galera hasta Cala Higuera. Duro camino de piedras como un largo balcón al mar transparente. Pasamos la cantera de betonita y luego un edificio que parece haber sido derruida con máquinas. Bajo la atalaya aparece la rambla de Cala Higuera con sus dos pequeñas playas de cantos rodados que el agua hace sonar como castañuelas. Bajamos la cuesta empinada de roca y llegamos al Refugio, magnífico hostal semicircular con habitaciones con puertas acristaladas y muebles viejos. El dueño, italiano, está entretenido montando una valla con palos blanquecinos y redondeados que le trajo el mar. Han quitado el viejo porche de madera y están montando uno nuevo con una estúpida inclinación a dos aguas por si algún día se le ocurre llover. Nos bebemos una birra sentados en el viejo sofá de la terraza. De tapa nos sacan una ensalada templada con champis calentitos. Aquí se está tan bien que no hay quien vuelva. Ángel y yo lo hacemos mientras las chicas se acercan a San José. Me baño con jabón en los pilones de las rocas. En San José nos comeremos una pizza en la Heladería italiana y luego un arroz con conejo y caracoles, bastante rico, en el bar del camping. Allí saludo a Yeyé que se empeña en que le enseñe el cuaderno, y yo lo hago a pesar de que me haya visto más gordo.
Aparcamos en la playa de Torre García. A pesar del viento, nos sentamos frente al sol que ilumina las nubes como en un cuadro cambiante de colores amarillos, rosados, rojos, azules, morados... flipamos hasta que la lluvia nos encierra en la autocaravana, donde cenamos y jugamos a las cartas con unos digestones.
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