miércoles, 20 de febrero de 2013

lagunas de colores, piedras raras y algún disgusto


Sandro nos llama a las cuatro y media, cuando llevaba un ratito durmiendo. Aquí no hay ducha. Nos ponemos la ropa, cerramos macutos y al Toyota 4x4. Se trata de ver las fumarolas y amanecer en las
aguas termales. Llegamos a los géiseres cuando se empiezan a perfilar las montañas. Son agujeros grandes de los que sale vapor a alta temperatura. En algún agujerito mínimo donde hierve el agua me caliento las manos. Todo esto tiene un aspecto marciano. Subiendo un poco más, Sandro nos dice que estamos en la altura máxima en que estaremos: 4.995 metros, no está mal. ¡Y pensar que por encima de los 5.000 están ahí currando en la planta de procesado del bórax! Utilizan los géiseres para mover turbinas y generar energía eléctrica.




Amanece en la Laguna Salada. Una luz lateral amarilla levanta las piedras y la paja iluminando los bordes y oscureciendo el centro de las cosas. El vapor da profundidad y da a todo un aspecto onírico. Ya hay gente bañándose en un albercón de agua caliente de donde sale vapor. Un guiri se fuma un cigarro asomando la cabeza y una mano. Tocamos el agua. No nos vamos a bañar con este frío. Desayunamos mirando al sol. Desde aquí la gente no son más que siluetas con una sombra muy alargada. Lo dibujo con tinta china. Mientras, han empezado a llegar carros llenos de turistas. Le digo a Sandro que mejor nos vamos, que esto parece una romería.



Llegamos los primeros a la Laguna Verde. Se pone verde cuando el viento remueve el agua y oxigena el cobre del fondo. Para mí lo más bonito son los colores de los dos volcanes de enfrente, el Kulancathur con su forma típica de cono truncado y su vecino con la punta de un rojo magentoso fortísimo. Los dibujo tratando de retener esos tonos amarillos, naranjas, ocres, verdes y azules, mientras esperamos que el viento trabaje para el turismo.



Volvemos al desierto de Salvador Dalí, con mogollón de piedras como colocadas con sus largas sombras, y a la Laguna Colorada, especialmente bonita con sus franjas rojas y blancas de bórax, y muchísimos flamencos rosas. La mina de bórax. Comemos en un pueblito entre una muralla de piedras rojas y un arroyo. Hay una cancha de baloncesto sobre una pista resquebrajada de cuyas grietas sale hierba. Comemos poco y mal: salchichillas con arroz y quechup. Después Beni y yo nos damos un paseo por el arroyo pisando el pasto verde. Hay piedras para lavar la ropa y ropa colgada en los matorrales y las piedras. Saludamos a dos niñas, María y Beatriz, que están lavando la ropita de su muñeca Elisabeth, que descansa desnuda en un cochecito. Son negritas y simpáticas, los dientes brillan al reir.


Me duermo y me ausento hasta que Beni me llama para ver unas murallas de piedras tan grandes y tan numerosas que el conjunto tiene el aspecto de una Nueva York troglodita. Y aún más adelante un Ávila
fosilizada. Paramos y mientras todos dan vueltas buscando formas, yo me siento y dibujo rápidamente, un poco sin ganas, dormido.

La vuelta a Uyuni se hace pesada con tanto calor, sin ducharnos, sin bebidas frías y dando botes en el carro. Sólo pensamos en una riquísima Huari helada y una tapa. Compramos los boletos en bus semicama a Villazón, en la frontera argentina, y llevo a revelar las fotos del salar, para el resto he estado abusando de los franceses haciendo fotos con su cámara digital, que me mandarán por correo electrónico. Nos volvemos a juntar en una terraza, caen las Huaris con unas pizzas y Beni su coca cola. Ellos se han duchado en un baño público. A nosotros nos da igual si vamos ahora a otro bus, ya descansaremos mañana.

Nos despedimos, nos dejan sus direcciones y, ya tranquilos, nos sentamos en un banco. Voy a escribir un poco en mi libro, pero estamos tan cansados que sólo esperaremos a la hora del bus. Beni quiere ir al baño y la acompaño. Cuando me doy cuenta me he dejado el cuaderno de Bolivia en el banco. Volvemos, naturalmente ha desaparecido. Siempre igual, en ese momento que ya tienes el boleto y te relajas esperando la hora, otra vez. Intento hacer algo. Vamos a la policía, le cuento el caso, les doy mi nombre y les digo que si alguien me lo entrega le daré cien dólares (mucho para ellos), y me dan su teléfono para que yo los llame ya que nuestros teléfonos no funcionan en Bolivia. Luego nos acercamos a la televisión local, el canal 13, para pagar unos anuncios. Redacta el señor un anuncio simple destacando el rescate. Pago unos tres dólares por diez llamados, antes y después de la fiesta de mañana, el carnaval.

Hay un momento crítico, pues ya es la hora de la salida del bus y aún estamos en la televisión local. Nos ponemos nerviosos. Vamos al bus deprisa. Lo que faltaba: el bus es un auténtico cacharro, con asientos normales reclinables. Con el pastón que nos han cobrado esto huele a auténtica estafa. Le levanto la voz a la señora que nos vendió el billete. Me dice que en Bolivia llaman semicama a los asientos reclinables y que cuando un carro va lleno puede poner los precios más altos. Yo que he recorrido Bolivia en bus y conozco los semicamas y son reclinables y con una separación considerable entre asientos, quiero que me devuelva el dinero, considero esto una estafa y si quiere llamamos a la policía para que dirima. Se niega. Me dice que ella no es la dueña y no puede hacer nada. El bus ya ha arrancado, Beni me reclama. Le digo que ponga el precio en el boleto y así poder denunciarla a la policía. Entonces coge mi boleto, lo rompe y me hace otro con el precio real (?) diciendo que lo único que puede hacer es hacerme un descargo de 40 bolivianos. Nos vemos impotentes, metemos los macutos en un maletero lleno de polvo y nosotros en el bus. Un guiri me dice que son unos ladrones, que a las rubias de la guerra de las galaxias que van detrás les han cobrado el doble que a nosotros y él pudo bajarlo un poco. Bueno, nos acomodamos como podemos y nos metemos dando botes a un camino de tierra que nos llevará a la frontera con Argentina, oyendo como esta tartana se despieza con el movimiento. ¡Y todo porque los lunes no hay tren cama, y sólo quedaba esta posibilidad, y mañana fiesta!

Con el traqueteo, voy montándome una teoría en que mi cuaderno no tiene importancia, que tenemos nuestros documentos y nuestro dinero y el viaje continúa. Que este país es así, que yo soy así de despistado y que Bolivia es maravilloso y en él hemos disfrutado mucho. Y disfrutaremos. Adelante pues.

2 comentarios:

  1. Es una pena lo del cuaderno, pero forma parte del viaje. Lo importante es seguir. Yo aunque se que no sirve de nada, pongo siempre el nombre y el número de teléfono en todo los cuadernos.
    Me gustan los dibujo de esta entrada y especialmente los tres primeros

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    1. Es una historia larga. Era el tercer cuaderno perdido y no encontrado. Yo también le pongo el teléfono. Alguien me llamó desde Sucre, pero sólo quería el dinero. Larga de verdad. Gracias por tu comentario.

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