El salto se da con Walter Morgenthaler y con Jean Dubuffet.
La historia de Morgenthaler descubriendo a Adolf Wölfli en el manicomio de Waldau básicamente consiste en la fascinación de un médico por un paciente, muy loco y muy peligroso, que sólo encuentra el sosiego cuando crea: pinta, escribe, compone y fabrica instrumentos musicales de papel; y configura un universo propio, sublimado, en el que interpreta su vida como la de un héroe y un santo desde la infancia hasta el paroxismo. La obra de Wölfli es de una belleza inaudita. Morgenthaler la sacará del manicomio y la hará estallar en las narices de los críticos y de los académicos. Wölfli es oficialmente el primer loco artista de fama mundial. Aunque siendo fieles al rigor cronológico, tal vez pudiéramos colar a Opicinus de Canistris, un monje del siglo XIV que padecía la enfermedad de la mano sola. Se despertó de un coma y llenó un montón de manuscritos de mapas absurdos y profusas teorías y listas que al parecer le eran dictadas por una potencia celestial. También es verdad que esos documentos y fama derivada, fueron descubiertos contemporáneamente al estrellato de Wölfli, por lo cual su loca celebridad se debe a las nuevas categorías estéticas que se estaban conformando en la época. Las de una obra como el relato de una vida disfuncional y fascinante. De hecho, la culpa de todo la tuvo un libro de 1922 escrito por Hans Prinzhorn: Expresiones de la locura. Ahí se cuentan, por primera vez, historias reales de locos de distintos pelajes que crean en condiciones de confinamiento y su irrefrenable pulsión artística. Sin este libro no se podría entender el interés detantos intelectuales y artistas de vanguardia por el arte marginal.
Uno de esos artistas deseosos de encontrar fronteras nuevas para la expresión artística y que llega a este lado del espejo a través de las pistas de Prinzhorn es Jean Dubuffet. Es él el que acuña el término art brut: algo así como un arte realizado fuera de la tradición, la norma y la historia del arte; como si en esa expresión culturalmente desnuda hubiera una pureza en bruto del hecho artístico: niños, retrasados, criminales, analfabetos y locos. Un arte en bruto, sin pulir, desacondicionado de todos los ropajes convencionales y de la contaminación de la historia y de las academias. Como si eso fuera enteramente posible. El caso es que Dubuffet se inventa la categoria y se dedica a coleccionar y promocionar todo lo que piensa que encaja ahí. De alguna forma lo populariza. Hoy en día hay museos y galerías especializadas, desde Lausana a Baltimore. Art brut. Arte marginal. Locos que dibujan arquitecturas imposibles o modelan pequeñas estatuas de miga de pan mascada, que levantan palacios con latas de cerveza y neumáticos; que escriben un libro de setenta metros en el muro del manicomio con la punta de una hebilla. Hoy mucha gente conoce mejor a Judith Scott o a Henry Darger que a los artistas punteros del momento. Porque son parte de un relato alucinante y magnético. La obra de Nannetti, o la Wölfli, Charles Benefiel o Bispo do Rosário es indisociable de su biografía y de su enfermedad. En todos existe lo que Prinzhorn denominó Gestaltung: la necesidad imperiosa de dar forma, la urgencia agónica por crear un mundo propio en el que poder habitar ante la hostilidad o la incomprensión del nuestro. Digamos que la pulsión estética y el vértigo del vacío debiene belleza sagrada. Sentido.
Raúl Quinto en La canción de NOF4, Editorial Jekill & Jill, Zaragoza 2021
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