Nannetti Fernando Helicóptero
Ese mismo año de 1934 la madre de Fernando Oreste Nannetti lo abandona en un hospicio y se acaba la casa de Cerrero y se acaban los Nannetti y los Corazzi en otro sitio que no sea su cabeza. Tiene siete años y ya está solo para siempre. En medio de la Italia triunfal, un niño raro que oye voces y llora por las noches. Se pasa tres años viviendo de la caridad institucional hasta que lo meten en su primer psiquiátrico. Es 1937 e Italia está pegando tiros malamente en la guerra de España, y Mussolini visita la Alemania nazi como si fuera una estrella del rock. Es tan magnánimo que permite que Antonio Gramsci salga de la cárcel para morir en la calle. Un comunista menos. Cuando Fernando Nannetti sale de su primer manicomio el sueño del nuevo imperio romano ya es historia bajo el polvo y los escombros. Nannetti es un adolescente en una Roma asediada por los bombardeos. En el verano de1944 los partisanos liberan Roma y al año siguiente apalizan hasta la muerte a Benito Mussolini cerca de Milán. Fin. Ya se acaba la obra del gran hombre y el telón es su cuerpo destrozado colgado en la gasolinera de la plaza Loreto de Milán.
En 1952 había un millón de familias italianas que nunca podían comer carne y azúcar y el 93% de las casas carecían de electricidad, agua potable y aseos interiores. Pobreza y paro, sobre todo en el sur. También en Roma, en Nannetti. Sabemos que fue electricista y trabajó con Aldo Trafeli en el palacio de congresos del EUR. Sabemos que había huelgas y manifestaciones, banderas rojas y esperanzas a mordiscos en las calles de Roma. En una de esas está Nannetti. Obreros, parados, desesperados y militantes. Y la policía. Entonces empieza el follón, imagina: carreras, empujones, gritos y pedradas. Fernando está delante de un policía. Apenas un par de palmos. Le dice que se vaya y Fernando le grita: vai a quel paese. No traduzco. Podría ser vete a la mierda o algo más suave. La policía lo detiene. Le aplican la ley contra las difamaciones al Estado y lo condenan a cárcel. Es 1956 y como está loco lo meten en el manicomio de Santa María de la Piedad. Adiós calles de Roma para siempre.
Solo y siempre
Y lejos.
Dos años después lo mandan a Volterra y allí se le enquista el mundo dentro. Allí está el muro y está Aldo Trafeli, y miles de píldoras sedantes hinchando su cuerpo. Ya no sale a la calle hasta ese primer día de primavera de 1968 e Italia ya es otra. La televisión, el consumo, Europa y el Fiat 600 le han dado la vuelta al país. Otro mundo a ratos incomprensible. En estos días vuelve a escribir en el muro, tal vez por el estrés de la luz de fuera y las tantas cosas que no entiende. Las voces le exigen y él obedece. Estallan las primeras revueltas estudiantiles. Al otoño siguiente hay huellas humanas en la Luna y huelgas y ocupaciones de fábricas por toda Italia. Acción, reacción. Grupos de extrema derecha atentan en Milán y Bolonia y matan a casi cien personas. En 1974 se contabilizan cien organizaciones terroristas de extrema izquierda. Están las Brigadas Rojas. El secuestro y asesinato de Aldo Moro. Italia es un país bronco y violento. La mafia siciliana se ha hecho con el control del tráfico de heroína en Estados Unidos. Fluye la pasta, el silencio pactado y las agujas hipodérmicas en losbarrios del norte. Se fundan Nueva Camorra y la Cosa Nostra. La década pasa y en Volterra hace un sol de mariposa blanca.
El PCI entra por fin en un gobierno de coalición con socialistas y democristianos. El experimento dura apenas nada y el comunismo regresa al ostracismo de la oposición perpetua, pero en el camino se dejan varias reformas importantes. La ley que ordena cerrar todos los manicomios del país. Así que Aldo Trafeli debe buscar otro empleo y Pier Nello Nanoni se pasa las noches en vela fotografiando el muro de Ferri. Llegará otro invierno y más nieve sin dique, y ya está, los pabellones psiquiátricos de Volterra iniciarán su camino hacia la ruina y el viento ululando entre los cristales rotos. Y ahí sigue Nannetti, que ya es un hombre loco y libre que va a vivir en un asilo del pueblo como muchos de sus compañeros de San Gerolamo. Anda por la calle y va a los bares a ver la tele y a comer caliente. Ve cómo Italia vuelve a ganar un mundial de fútbol y cómo Arrigo Sacchi reinventa el juego. Algunas tardes habla con Aldo Trafeli, otras regresa al muro para comprobar que sigue ahí y que allí las voces tiene otra voz, más nítida y violeta. Su pequeño secreto se expande entre los intelectuales. Sale el librito con las fotos de Manoni, el artículo de Tabucchi en L'espresso, la película de Studio Azzurro. Entra un dinero. Come mejor y puede comprar camisas y revistas. A toda esa gente le interesa el muro y el personaje fabuloso de NOF4, él ya menos. No tiene la conversación fácil y está cada vez más viejo y más cansado. Italia sigue su ruta hacia sí misma y él se va quedando atrás, como siempre, dentro de su escafandra pero lejos del espacio, con las estrellas que hablan ardiendo en su interior. Mientras el muro se va cayendo contra el viento.
Asesinan al juez Giovani Falcone con una bomba de quinientos kilos después de conseguir llevar a juicio a 456 miembros de la Cosa Nostra. Sale a la luz la red neurálgica de corrupción y sobornos. El AC Milán vuelve a ganar la liga y su presidente funda un partido que gana las elecciones de 1994. La tele es suya. Fernando Nannetti acaba de morir. Sin regresar a Roma. Atado para siempre a Volterra. Desde que salió del manicomio el muro se fue haciendo cada vez más grande y él cada vez más pequeño. Cada vez más arena. El muro llega hasta aquí pero su cuerpo no. Sus amigos hicieron una colecta para que tuviera una lápida y una tumba en el cementerio civil. La ciudad lo nombró vecino a título póstumo no hace mucho. Quien está enterrado bajo su nombre es un misterio.
Raúl Quinto en La canción de NOF4, Editorial Jekill & Jill, Zaragoza 2021
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