domingo, 7 de mayo de 2023

el lobo feroz

El monstruo terrible de la oscuridad en mi infancia fue el lobo feroz. Era esa fiera que se escondía entre las sombras a nuestras espaldas cuando nos contaban historias terroríficas frente a la chimenea, y que de golpe podía aparecer amenazante entre los árboles de la alameda. Fue éste el que se comió, disfrazado, a los 6 cabritillos, a la abuela de caperucita y a las ovejas de aquel pastor bromista, y que merodeaba a Garbancito por el bosque. Pero de invisible pasó a extinguido, y ya en mi adolescencia lo único que se parecía era el zorro, que más bien era huidizo. Cuando creíamos habernos librado, como Heracles, apareció el Lute.
El lobo feroz de los iberos era aún más feroz, para que los héroes fueran aún más héroes y tuvieran un puesto de honor en la acrópolis y también en la necrópolis, por haber librado a la comarca de su monstruo. Ellos los pintaban con dientes afilados y larga lengua. Su cuerpo estilizado y musculoso, las orejas atentas, siempre en movimiento y, a veces, con alas. Aparecen repetidas veces en sus cerámicas y en los grupos escultóricos de sus túmulos. Arthur Engel y Pierre Paris, a fines del XIX, empezaron a llamarlo carnassier, que nosotros podríamos traducir como carnívoro o, más bien, como depredador. Más que un lobo, como el de mi infancia, era un mito.

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