sábado, 16 de marzo de 2019

la banda de los paulinos en solana del pino

 Durante la cena, Josico les dijo a los de su banda:
-Tengo la pista de donde guarda el dinero Cipriano.
-¿Ese no es tu amo?, dijo Calixto.
-Si, y ¿aquién se le ha soltado la lengua si darse cuenta?
-Yo ya lo sé de tiempo atrás, pero ayer vendió una partida importante de ganado, mientras nosotros estábamos sacando la basura del aprisco de las ovejas. Hace algún tiempo, mi compañero Juan me dijo que su esposa Engracia bajaba todas las semanas a lavar las ropas a doña Dolores, la señora de la casa. Yo tomé nota y un día le bajé un pan y dos conejos para que los cocinara. Le dije: toma, ponlos para comerlos a medio día, con el poco sueldo que cobramos tendremos que conformarnos con lo que cojamos en el campo.
-Sí. ya ves, yo que le hago sábado en toda la casa, con lo grande que es y el mucho trabajo que me da. Aparte de lavarle la ropa, la señora Dolores cuando me paga me quita un real del jornal, y me dice que las mujeres debemos ganar menos que nuestro marido.
-A lo mejor no tiene dinero para pagarte.
-Claro que lo tiene.
-¿Lo has visto tú?
- No, pero lo sospecho, porque cuando tiendo la ropa en el corralón nunca me deja sola, y ¿sabes dónde no quiere que pase nunca?, a la cuadra. Me dice que teme que me de una coz el caballo del señorito. Pero un día que pasé vi a Cipriano muy ocupado en el pesebre, y echó paja encima. Yo sospecho que guardó algo allí.
-No seas mal pensada, estaría poniendo la piedra de sal a su caballo.

Solana del Pino es una pequeña población donde sus habitantes, en su mayoría, ejercen las labores del campo y el pastoreo. Cuando terminan la jornada, varios de ellos se quedan a dormir en las fincas para atender las necesidades de las caballerías y el ganado, y solo bajan al pueblo los fines de semana. Cuando anochece, nadie sale de la casa, a no ser por extrema necesidad, llevando en la mano un farol con una lámpara de aceite para alumbrarse, ya que las poblaciones se encuentran sumidas en la más absoluta oscuridad durante las noches.

En los pueblos pequeños no existe vigilancia, porque la milicia gubernativa está acantonada en Puertollano. Si se denuncia un hecho, es cuando se desplazan con los pocos medios de que disponen. Al no existir la banca, los bandoleros lo tenían fácil, solo necesitaban arrojo y valor, y guardarse de la milicia, porque en los casos graves, si los capturan, les aplicaban la pena capital.

Al día siguiente cuando dejaron sus trabajos que les servían de tapadera, se reunieron en un sitio acordado para ganar tiempo para hacer la sustracción. Llegaron al pueblo bien entrada la noche, sus calles estaban desiertas. Josico los llevó frente a un corralón, colocó su caballo junto a la pared  de tapial y ató una cuerda a la silla de montar. Dio un brinco y, ya arriba, se dejó caer. Una vez dentro, abrió el cerrojo de la puerta para que pasaran sus compañeros "el Caza" y "el Letrado". "El Ayudante" se quedó vigilando, mientras "Quintín" se cuidaba de los caballos.

Los tres hombres pasaron a una cuadra, el Letrado alumbraba con una vela mientras Josico apartaba la paja del pesebre. Debajo apareció una losa de piedra que levantaron con ayuda de los machetes. Debajo de un manto de arena, aparecieron dos bolsas repletas de monedas. Aprisa las recogieron y, en un descuido, se les cayó la vela en lo alto de la paja, que prendió, viéndose obligados a pisotearla para apagarla. El caballo de Cipriano se asustó y se puso inquieto. Sin detenerse, salieron a toda prisa con el dinero, por si alguien hubiera oído el ruido. Ya fuera, subieron a los caballos y salieron a toda prisa a su refugio de Sierra Morena, donde se cambiaron de ropa para convertirse de nuevo en sirvientes asalariados de sus patronos.

Cipriano se levantó temprano y, cuando fue a la cuadra a darle pienso a su caballo, descubrió el robo de su dinero. Salió a la calle y preguntó a sus vecinos; pero nadie vio nada. Solo uno de ellos oyó, sobre la media noche, el paso de unos caballos por la calle, pero no le dio mayor importancia y siguió acostado.

Montó su caballo y fue a poner una denuncia al destacamento de la milicia. Lo recibió el comandante de puesto Don Aurelio de Guzmán. Después de oír su declaración, puso a sus hombres en acción para que buscaran por todos los rincones. Josico acudió a su hora al trabajo. El día transcurrió tranquilo. Por la noche, los bandoleros contaron el dinero. Quinientos escudos de oro, lo equivalente a cinco mil reales de plata. Una vez repartido, lo dejaron nuevamente en su escondite.

Al día siguiente, llegó al cortijo un sargento llamado David, acompañado de un número de la milicia, para hacerles unas preguntas a los sirvientes, en especial a Engracia; pero ante la sincera respuesta que les dio, los dejaron en paz y se marcharon. 

Tras unas semanas sin resultados, la milicia abandonó la búsqueda, regresando a su acuartelamiento de Puertollano. Al poco tiempo, nadie hablaba del robo de la casa de Cipriano. 


Agustín Sobrino Aranda en Vida de Josico. Ayuntamiento de Bolaños 2018



En 1837, después de unirse a los liberales tras los asesinatos de Palillos en Bolaños y vivir el desastre de la batalla de Ciudad Real,  José Antonio Ayllón González Josico y sus hombres desertan y huyen a Sierra Morena, donde se dedican al robo. Entonces tenía unos 17 años. Curiosamente, este mismo hombre, ya indultado por la reina, fue Administrador Mayor del Valle de Alcudia. A su retirada, Isabel II pidió una condecoración para él.                         

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