miércoles, 12 de noviembre de 2014

esta parte de varadero




Amanece en Varadero. Un camión de tres ejes reparte a los trabajadores cubanos. En Coppelia han puesto el cartel de no hay helados. Desayuno en el quiosco Amanecer, un chozo sin clientes con techo de palma con unas estupendas vistas. Enfrente hay una casita con acceso directo a la playa que bien podría ser aquella donde nos hospedamos Guillermo y yo allá por los ochenta. La camarera gordita ignora cómo era esto en los ochenta porque no hace tanto que trabaja aquí, pero me puede asegurar que esto ha cambiado mucho. Por mi parte, me siento tranquilo, alejado del mundo.

A las once vamos a la estación. Ayer me dejé el cuaderno en el bus en que vinimos. Desde la estación llamaron a la Habana para que me lo guarden pues este bus vuelve a la capital, y mañana venga de regreso. Mientras tanto, escribo sobre páginas en blanco de un libro de Reynaldo González. Por fin llega mi cuaderno. En él pego las páginas escritas mientras Beni desayuna. Compro los billetes para La Habana. Llamamos a Rayma para que nos guarde la habitación. A los buitres que ofrecen sus casas clandestinas les decimos que ya tenemos aposento.

Damos un paseo y vemos el pobre Museo de Varadero, un precioso edificio de madera anclado en la playa. En el ranchón de al lado comemos pollo con cerveza. Nos tomamos un café en el vestíbulo del Hotel Horizontes, con un aire marinero-barrio bajero que me mola. Para nosotros este hotel es caro (47 dolares). Aquí vemos el Atlético contra el Gimnàstic de Tarragona. Los locutores dicen que es un partido de barrio. En general, es esta parte de Varadero, la cubana, la que es un auténtico paraíso, con playas y sin apenas turistas, que están hacia la punta en aquellos rascacielos. A pesar de la tirria que le tengo a este sitio, que siempre he tratado de evitar, se está en la gloria. No entiendo que los cubanos vean como paraíso aquella mierda llena de gordos blanquitos todos con la misma toalla.

La caleta es un árbol de hojas grandes que da uvas, de las que según dicen sale un vino dulce muy rico. Vemos en un jardín un conejo y dos flamencos entrelazados de metal policromado. Retoños Martianos, se lee. Un orgulloso cubano canta en la radio: yo no quiero su dinero, no quiero que me lleve al extranjero, no quiero que me lleve con su carro a Varadero

Hay una rana en el baño. Me ducho con ella. Pido al pope municipal un logo del CDR, con el guajiro con machete en mano, que promete conseguirme. Me habla sobre la organización. Le digo que me parece bien como asociación de vecinos, pero no su labor de control. Y blablabla no quiero insistir.

Nos sentamos en un bar con música en directo. Cristal y TuCola. Lágrimas negras y Nicola di Bari y empiezan a llegar cubanos bailongos. Un vecino me cuenta que Compay era un segundón, una voz de segunda de grandes talentos, que su mejor grupo fue Los Compadres. Yo le digo que el gran Beni Moré también tenía voz de segundo y fue el primero.

Mientras cantan a Bakalá, volvemos con cuidado pues en la 35 está de guardia el pope municipal. Es un pesado cumpliendo con su deber y queremos que siga pensando que estamos en un hotel. Eleguá, Eleguá, Eleguá, que viva Changó señores. En la noche fresca nos sentimos olvidados del mundo. Felices y un poco tristes porque hay que volver.

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