sábado, 13 de septiembre de 2014

segundo día en sevilla



Por la mañana vemos los murales de los bloques de casas baratas de San Pablo y luego el Real Alcázar, donde destacan sus patios y jardines, con mirtos, naranjos y cipreses. No se entiende que los jardines no se abran al público y se deje el palacio propiamente dicho en manos del turismo. Tomamos una cerveza en la terraza de su cafetería El Jardín Escondido, a la sombra de unos viejos cipreses (dibujo).

Nos comemos una impresionante cola de toro en la terraza del Bar Zurbarán, en la placita del mismo nombre, muy cerca de las setas. Y de postre unos helados en un Rayas, donde los bordan. El mío es de crema sevillana, algo muy parecido a la leche merengada. Volvemos en el 27 y cruzamos por la salvada antigua fábrica de Cruzcampo, que hoy es una escuela de hostelería.

Después de una siesta vamos hacia Triana. Todavía pueden verse muchas tabernillas a la antigua usanza. Pasamos por lo que fuera la puerta de la Expo de 1929, el edificio del Consulado de Portugal, que fuera su pabellón, el Palacio de San Telmo, de seminario a residencia oficial del Presidente de la Comunidad. Su fachada da al antiguo Cine Cristina y el Puente de San Telmo, por donde cruzamos el río hasta la calle Betis, que lo orilla. Mogollón de restaurantes caros tapan las vistas de la ciudad por lo que pasamos al famoso Quiosco de las Flores, también freiduría de pescado. Allí hay una hermosa vista de la otra orilla con la Torre del Oro y la catedral, ahora tapada por un espantoso edificio de una empresa de seguros.

Llegamos hasta el Puente de Triana o de Isabel II. El edificio de los boletos de los vaporetos a Sanlúcar, ahora restaurante, capilla de San Jorge, Mercado de Triana, San Jacinto a tope. Angelines dice que el pueblo de Triana vive en la calle. El patio de la factoría de aviación donde se fabricó el Saeta en el 55, la Virgen de la Estrella, la virgen republicana y unas berenjenas flipantes con miel, crujientes, riquísimas en el Bar Salomón, el rey de los pinchitos, totalmente recomendables.

Pasamos al otro lado por el Puente de Triana. Caminamos hasta la plazoleta de la Campana, donde llegan la calle Sierpes y Tetuán y está la famosa heladería La Campana. Nos montamos en el 27 y nos sentamos rodeados de críos que vuelven a casa. Entre ellos parece brillar una chica salida de un cuadro de Julio Romero, con esa tez oscura, aún más en la cuenca de los ojos, la nariz puntiaguda, las cejas finas y arqueadas, el pelo que empieza a rizarse y cierta seriedad romana.

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