mientras plegaba meticulosamente las servilletas, las de tela y las de papel. A veces parecía una sonrisa. Viajábamos de casa en casa porque habíamos olvidado al chiquitín o el abuelo no sabría hacerse la cena. Reíamos cantando al tío al tío al tío, al tío del papel acercando una vela al enorme culo inquieto. O aparecía esa voz engolada de su padre cuando en la tele fingían zarzuelas y se emocionaba en el sillón con el tú saludas tocando el ala de tu sombrero mejor. Y vámonos a casa que perderemos siempre a un niño. O una niña sentada en la escalera, muerta de miedo. Una niña en un sótano lleno de cebollas que huelen a podrido. Una niña sacando cervezas para que ellos vean el fútbol. Una niña durmiendo. Sola.
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