Temprano me despido de Cabo Peñas, su verde, sus acantilados.
Volvemos a Madrid. Ya aquí, el calor resulta insoportable. Cenamos en un japo. Juan Enrique no para de reir pensando en contarlo a su primo Machaco e Higinio. Se lleva unos palillos como prueba.
Son para aprender, dice.
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