jueves, 3 de marzo de 2011

transición pacífica


Cuando lo cuento, todavía no me creen. Estaban reunidos en la iglesia de San Francisco, del barrio de Zaramaga, en una Vitoria en huelga general. Habían cerrado las empresas y se reunieron en el único sitio que no entraba la policía. Tiraron botes de humo por las ventanas y, cuando iban saliendo, les tiraban a matar. A las órdenes de grandes artífices de la transición: Fraga y Martín Villa. Aún los halagan en los programas de nuestro pacífico y glorioso tránsito a la democracia. Como en Marruecos, Túnez o Libia. Aquí, en casa.
Romualdo Barroso (19 años), Pedro María (27 años) y Francisco Aznar (17 años) murieron el primer día, y José Castillo (32 años) y Bienvenido Pereda (30 años) después. Más de cien heridos de bala. Por un conflicto laboral.
Yo viví aquellos años en la calle. Recuerdo aquella pistola de Montejurra mientras oíamos a los cantautores en la Autónoma. Aquella chica que murió de un pelotazo a bocajarro por pedir la amnistía total. O aquel estudiante al que disparó la policía desde un tejado, frente a la Escuela de Ingenieros Industriales, mientras nos sacaban a porrazos de los bares de la glorieta. Entonces pensaba que un día saldrían las imágenes y se diría la verdad. No ha pasado. ¿Qué pensarán sus padres? Nadie nos sacó. Fraga culpó a quien los había sacado a la calle. Acaso aquellos empresarios. Nadie juzgó a nadie por ello. Nada pasó.
Treinta y cinco años después de aquello, ningún gobierno ha pedido perdón por aquellos asesinatos que cometió el estado. Los héroes de la transición siguen siendo aquellos políticos que se pusieron a negociar. En la calle no pasó nada. Aquella lucha no tuvo nada que ver. Aquellos muertos, heridos y torturados no hicieron nada para acercarnos a una democracia que no acaba de llegar.

2 comentarios:

  1. Gracias por refrescarnos la memoria. Gracias por tus páginas testimoniales. Te acompaño en el mismo sentimiento.

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