Ángel y Maru nos recogen en Madrid. A 110 por autovía resulta un coñazo. Ángel fija la velocidad y se olvida de los pedales.
Paramos en un restaurante portugués cargado de trastos. Veo antiguos botellines de Mahou, sifones y gaseosas. Tienen un perro muy amigable que me acompaña en el momento del pitillo. Hay un descapotable rojo fuera de servicio que dibujo.
Candelario está muy bien. Calles vacías de cantos de granito. Puertas de madera con unas manos con una bola que sirven para llamar. Cerraduras de dibujos vegetales y una doble puerta a media altura que se usaba para que los animales no pasaran y el matarife de la matanza acabase con el animal, atado a una argolla. Y que ahora viene muy bien para que la lluvia no pudra la puerta principal. Le llaman batipuerta.
Comemos en el restaurante La sierra. Judiones del Barco y cuchifrito. Postres caseros, tartas de piña y flan de huevo (flan flan). Me regalan una chapa de la gaseosa de Béjar. Mulina. En ella, un chaval levanta en una mano una botella y en la otra un vaso. Está feliz. En la mesa de al lado, tres generaciones de gordas comen ávidamente. Dibujo la última.
Casa Lucía II, la casa rural que hemos pillado en Miranda del Castañar, está muy bien. Tiene chimenea y una terraza en la parte superior del muro que rodea la ciudad, en el tramo noroeste. La vista es hacia la Peña de Francia, al fondo, y allí arriba: Monforte, Mogarraz y un punto blanco que es San Martín del Castañar. Y abajo dos abuelillas tomando el sol. Pilar nos ha traído rosquillos calentitos, recién hechos. Nos tomamos unos cafés.
Salimos a dar una vuelta por el pueblo. Recorremos el muro que lo rodea desde la Puerta de San Ginés, junto a la torre de homenaje y la Plaza de Toros. A la altura de la Iglesia de la Asunción, cruzamos los contrafuertes bajo sus arcos ojivales. Calles estrechas irregulares, distintas, desniveladas, con rótulos de los judios conversos demostrando su nueva fe. Arte aplicado, popular. Muy lejos del papel milimetrado de arquitectos y aparejadores.
Visitamos los bares. En el Alhóndiga, los parroquianos me hacen de modelos. Tienen casi todos narices judías. Aquí nadie se estira y, si queremos tapa, hay que comprar una bolsa de patatas fritas ¡con el embutido que se gastan por aquí!
En la Taberna Aldaba un borracho da la brasa a su colega. La camarera es muy simpática y nos pone unas tostas de rodajas de morcilla gigante con queso de cabra fundido que no se las salta un caballo y después rulo de cabra con frambuesas. Esto ya es otra cosa. El crianza (Tiriñuelo) no está mal. Extraño, porque la uva de aquí, la rufete, deja un extraño sabor que ellos dicen a frutas rojas y pasas pero que yo más bien asocio al ahumado. Quedamos para mañana. Se nos promete una tosta de champiñón para chuparse los.
Por último, lo mejorcito que hemos encontrado: La Mandrágora. Calentito, acogedor, chulo, buen jazz. Nos sentimos bien. Y más con un café jamaicano calentito.
Hola, me he hecho asiduo de tu página. Disfruto leyendo y viendo los dibujos. El pueblo que llamas Campanario yo creo, por lo que cuentas de él, que quizás sea Candelario.
ResponderEliminarTienes razón Enrique. Ha sido un lapsus. El único Campanario que he visitado ha sido en la provincia de Badajoz. Ya lo he cambiado. Muchas gracias. Por el comentario y por seguirme.
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