el granito

En la segunda mitad de la década de los setenta la curva de mi vida dio un volantazo y empecé otra fórmula. Es entonces cuando empecé a llevar un cuaderno en el bolsillo. Entre mis nuevas rutinas estaba la de visitar a menudo las viejas tabernas que aún quedaban en Ciudad Real. Eran bares muy familiares donde nos juntábamos estudiantes y militares delante de una mesa llena de botellines o chatos de vino. Locales destartalados con el suelo de cemento y las paredes desconchadas en que, en muchos casos, se servía uno mismo de la nevera. Su mejor particularidad es que eran muy baratos y no había unas normas estrictas de educación.

En nuestra ruta diaria no podía faltar la taberna El Grano de Oro en la calle Libertad, casi en la esquina con Cardenal Monescillo, quizás la más vieja y destartalada, a la que todo el mundo llamaba El Granito, pues su propietario era un novillero, Segundo Ureña, nacido en 1909, con este alias artístico, y que le venía de su primer trabajo en la tienda de su tío llamada La Bola de Oro. Debutó en Abenójar en 1928 y era famoso en la provincia, pero nunca pudo vivir de ello y se dedicó a la hostelería.

Allí todos bebíamos un brebaje tirado de precio al que llamaban pienso, un calimocho con un toque de coñac sobre el vino peleón y la gaseosa de cola a granel, acompañado de algún chorizo o patatas asados. Cogía uno aquí el tono adecuado para pasar la tarde noche, con otra visita al Cripta y Villa, quizás la única taberna de la época aún viva, y el remate en La Gramola, a oír el último disco de Siouxie o Veneno. Todo en el mismo rodal.

Las fotos las hizo uno de los mejores fotógrafos de la provincia, Manuel Toribio, del que ya hemos hablado en este blog, el último día que abrió sus puertas el 14 de febrero de 1984. Aunque en ellas no hay cientes, ese bullicio de jóvenes estudiantes y militares, sí se ve esa atmósfera oscura en la que uno entraba subiendo sus escaleras. Han sido publicadas hoy en el blog El Sayón, dedicado a documentar la historia de Ciudad Real.