Ayer empecé un cuaderno para nuestra cita virtual de esta nueva edición, el séptimo encuentro, de
Dibujando entre palmeras, que todos los años se organiza en Elche. Decidí dibujar entre palmeras aquí en Madrid. Busqué en Internet la localización de palmeras en la capital y encontré una foto fascinante de los paseos de Recoletos y del Prado llenos de palmeras, que reproduje en el cuaderno. Son de una época de sombreros en la que Madrid quiso ser como Elche.
Desayuné en la terraza de la cafetería del Real Jardín Botánico para dibujar la centenaria palmera canaria junto a la fuente, en el centro del paseo central, a la espalda de Carlos III. No tuve más remedio que dibujar el legendario olmo pantalones, ya en las últimas, podado al máximo y convertido en culotte por culpa de ese escarabajo que vino de Holanda que está acabando con nuestros ejemplares más antiguos. En la verja de la fachada, junto a la antigua puerta principal encontré algunos ejemplares de washingtonia.
En los paseos del Prado y Recoletos los plátanos de sombra habían acabado con los sueños ilicitanos. El frío había achicharrado las palmeras y solo quedaban algunos ejemplares antiguos frente a la iglesia de San pascual, que también visito para reconocer al santo pastor entre nubes y querubines de su retablo central. El cura párroco me dice que van a cerrar y yo le pregunto por el santo. Entonces me regala un pequeño librito impreso en tipos móviles sobre la vida de San Pascual Bailón. Leo: Y un día Jesús, para premiar tantas finezas de amor a su tierno amante, hizo que se rasgasen los cielos y que apareciese en el aire una refulgente Custodia sostenida por Ángeles y nimbada de grácil nubecilla.
Unos números más adelante puede verse una gran y bella butia singular y en el patio del palacio del Marqués de Elduayen, hoy edificio de Maphre, una palmera canaria también catalogada como árbol singular.
Entre estas dos palmeras está el café Gijón, donde paro a comer. Isidro, uno de sus camareros, posa un momento para mí y luego dibujo el café mientras me como unas croquetas demasiado blandas con un caldo de Ribera del Duero.
Por su cercanía, voy al Museo Arqueológico. En su jardín dibujo más palmeras y en su interior la más hermosa dama de Elche. Sus labios perfectos rosados, la piedra de sus mejillas picada. Y atrás, un extraño agujero pensado para meter una mano, posiblemente entre cenizas.