No sé si las cosas deberían desaparecer con sus dueños, como esas fotos que los muertos se llevan en su ataúd. Desde la perspectiva del muerto, me parece una buena idea. Pero desde la del vivo, ¿por qué evitar esa extraña sensación que nos produce bebernos el café con leche en el tazón que usaba nuestra madre y que un alfarero hizo en la costa de Tarragona?
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