Durante toda la vida, uno ve la Tierra bajo los pies y ve la Luna cuando alza la mirada al cielo, pero allí arriba esa situación cotidiana estaba invertida; y no solo eso, su vecino y amigo, Pete Conrad, estaba con él en ese mundo desolado en el que durante un tiempo ellos dos fueron sus únicos habitantes, un mundo con el que tanto contrastaba aquel teñido de azul y blanco del tamaño de una canica que tenían sobre sus cabezas, el mundo del que provenían y al que Alan Bean llamó a partir de entonces “el Paraíso”.
Así es como la Tierra se reveló para él; así es como la sintió al verla desde la Luna: “el Paraíso terrenal es la Tierra entera, nuestro lugar en el Cosmos”. El profundo contraste entre el mundo gris con cielo negro, yermo y estático que visitó, y los colores, el movimiento y la vida de la Tierra, transfiguró la conciencia del piloto del módulo lunar del Apolo 12. Aquella disparidad de naturalezas tan marcadamente opuestas de la que fue un testigo privilegiado cambió su percepción del mundo del que provenía y de la humanidad a la que pertenecía.
A su regreso de la Luna, nunca volvió a quejarse de nada, ni de la gente ni del tráfico ni del tiempo…, “nunca me oirás quejarme de nada en mi vida”, me dijo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario