domingo, 24 de junio de 2018

amanecer en terrinches



A las seis suena la alarma, a y media estamos en la plaza. Esperamos a los últimos y en coche por caminos polvorientos llegamos al Castillejo del Bonete. Es precisamente el bonete lo interesante, pues esta elevación escondía un yacimiento del Bronce con corredores subterráneos. Y es hoy justo, en el solsticio de verano, que queremos ver de qué forma está alineado con el sol.

El plano de la construcción es muy similar al de la Motilla del Azuer y su colocación, una elevación desde la que se domina una vega, semejante al yacimiento de La Encantada de Almagro. Corresponde también a la Cultura de las Motillas, una cultura sin construciones megalíticas. La profusión de túmulos con ofrendas hace pensar en un monumento funerario con cierto culto. Esto rompe la teoría de que esta cultura era arreligiosa.

Guardamos silencio por respeto a las grabaciones, los pájaros se levantan cantarines. El sol naciente está alineado con el eje de una edificación exterior al círculo que posiblemente era una especie de santuario, y entra por el lugar de la puerta; lo que es lógico pues el resto estaría enterrado, ya que era un conjunto de galerías sin luz.

El arqueólogo Luis Benítez nos explica el yacimiento y el astrofísico César Esteban nos habla de la alineación de los monumentos prehistóricos con el amanecer y el ocaso del sol en los solsticios, que lo realmente interesante es el solsticio de invierno, pues el sol sale sobre la mesa del Cambrón y que su intervalo en el año iba de un extremo a otro, por lo que servía de calendario. Finalmente el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Sevilla José Luis Escacena nos comenta que Dios era el sol, el deslumbrante, el altísimo que nunca nos falla. No es que convirtieran los astros en dioses, sino que, después, hemos convertido los dioses en astros. No eran astrólogos, eran sacerdotes. Llegan los políticos y con ellos los medios. Las explicaciones se dramatizan y se repiten para teles y radios. Finalmente, llegan las gachas con chorizo y panceta, y también el vino.

Luis, el arqueólogo, se enrolla y nos deja pasar a la cueva, centro del intramundo del yacimiento. Una galería serpentea de sala en sala hacia el interior de la tierra. Lo más es que esta galería estaba sellada. Nunca antes había entrado el hombre desde la Edad de Bronce. Allí están sus restos, sus pinturas (escasas) y su ambiente. Me emociono al bajar. 

Después de visitar el castillo de Terrinches, que es un cubo de 17 metros de lado con unos muros de cuatro donde están embutidas las escaleras, comemos de tapas. Decidimos echarnos una siesta en el hostal. Por la tarde los profesores se adentran en sus temas. Luis Benítez derrumba la Motilla del Azuer como fortaleza y critica duramente la altura de sus muros (basada en una suposición) y que se haya escondido su vertiente funeraria (los restos de 200 personas). Escacena nos enseña a traducir la simbología prehistórica, la trinidad sol-luna-venus, el agua del cielo y los barcos que navegan por la cúpula celeste.

Visitamos Montiel, su castillo de barro, el delicado herido San Sebastián en la iglesia parroquial, sus calles vacías. Cenamos en la plaza de Albadalejo en un bar de bolivianos que pretenden estafarnos. Charlamos un rato con el posadero y nos metemos en la piltra.


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